Ricardo Forster
“Necesitamos salir de la perplejidad que nos produce el Gobierno, repensar varias cosas e intentar descifrar el significado de ese sonido ronco y profundo que emergió de nuestra sociedad”
Ricardo Forster es doctor en Filosofía y profesor distinguido de la Universidad de Maryland, College Park. Es también profesor titular de Historia de las Ideas y dirigió la maestría en Comunicación y Cultura en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Ricardo es miembro del comité de dirección de la revista Pensamiento de los Confines y publicó varios libros, algunos de ellos sobre Walter Benjamin. Profesor, investigador y militante activo, que se caracteriza por su buen trato y diálogo con toda la “inteligencia nacional”.
A seis meses del inicio del gobierno de Javier Milei y Victoria Villarruel, FIDE invitó a Forster a caracterizar el desafío político y social que atraviesan la sociedad argentina y sus fuerzas políticas e intentar descifrar las claves para una propuesta democrática y esperanzadora. Parafraseando a Benjamin, buscamos en el diálogo con Ricardo encontrar las pistas para que “las cosas cambien y podamos seguir amándolas”.
FIDE: ¿Cómo caracterizaría la situación en la Argentina, a seis meses del inicio del gobierno de Milei?
Ricardo Forster (RF): Me parece que estamos en un momento en el que hay que hacer esfuerzos individuales y colectivos para salir de la perplejidad. Para salir de la desolación, de la desesperanza, del desasosiego y así intentar interrumpir esta realidad, este proyecto que nos tiene en estado de perplejidad… algunos dirían estado de parálisis. Mi opinión, sin embargo, es que sería un error caracterizar la situación en la que estamos de ese modo. De hecho, no debería dejar de sorprendernos la rapidez con la que determinados sectores de la sociedad ya han salido y han reaccionado incluyendo, entre otros, a la Confederación General del Trabajo (CGT), es decir, los sindicatos organizados que prácticamente desde el comienzo del gobierno de Milei mostraron su disconformidad. Observando lo sucedido durante este primer semestre de gobierno, primero salió la CGT, en enero; luego la sociedad volvió a manifestarse el 24 de marzo, incluyendo explícitamente, en una situación bastante inédita, a la CGT, con los movimientos de derechos humanos y gran parte de la ciudadanía crítica. También fue importante la movilización del 8 de marzo del feminismo. Volvimos a las calles para la movilización del primero de mayo y luego vino la huelga general del 9 de mayo. Y a eso le tenemos que agregar el protagonismo de un actor ausente en los últimos tiempos que es el mundo juvenil-estudiantil que en abril participó de una de las movilizaciones yo diría más significativas de la historia de la educación en la Argentina. Me parece que, en conjunto, son señales valiosas.
FIDE: Quizás la manifestación del 24 marzo, en la actual coyuntura y tomando en cuenta algunas de las expresiones del Gobierno en relación con la política de derechos humanos, toma otra dimensión. Usted, ¿cómo caracterizaría esta rutina de encuentro que se ha sostenido desde el regreso de la democracia en el nuevo contexto político?
RF: El 24 de marzo ya constituye una fecha emblemática para la sociedad argentina. Sin embargo, en los años ‘90 los niveles de participación decayeron notablemente; pero después del 2001, y claramente después de los gobiernos de Néstor y Cristina y con la reapertura de los juicios y la derogación de las leyes de Punto Final y Obediencia de Vida, que se sumaron al reconocimiento social del rol de los organismos de derechos humanos –particularmente de las Madres y las Abuelas–, el 24 de marzo volvió a instalarse como un acontecimiento político y social de la Argentina. El último 24 de marzo requiere algún análisis diferente porque, así como reconocemos esta fecha como un emblema, como un lugar político democrático y plural construido a lo largo de décadas como producto de un trabajo colectivo meritorio y que tuvo que sostenerse a lo largo de etapas muy diversas, también es necesario reconocer que algo le sucede a la sociedad argentina y que se observa un crecimiento del negacionismo, ya no entre algunos y algunas dirigentes, sino en sectores juveniles. El asunto es relevante porque hoy el negacionismo en la Argentina está cortando transversalmente a la sociedad.
Quizás nosotros nos confiamos… entendíamos, creíamos que había un acuerdo ya establecido por una política de derechos humanos que había construido una convicción en torno al “nunca más” al terrorismo de Estado. Pensábamos que la legitimidad de los juicios era parte de algo intocable e innegociable para la inmensa mayoría de la sociedad argentina. Permítanme decirles, aunque nos duela, que esto no es así. Hoy hay una línea que parte casi por el medio a nuestra sociedad: tenemos un 50% que reafirma la política de derechos humanos y que es muy activo y está convencido de la importancia de esta política, de la defensa de los derechos humanos y que tiene una presencia histórica muy decisiva y virtuosa en la historia política cultural argentina, pero hay otro 50% de la sociedad, más diverso y difuso, que por distintos motivos tiende a distanciarse fuertemente de lo que ha sido, insisto, uno de los momentos más virtuosos de la vida política democrática de nuestro país. Con esto quiero decir que este es un momento complejo, parteaguas con una situación absolutamente novedosa, que en gran medida nos toma por sorpresa.
FIDE: Una sorpresa de varias…
RF: Podríamos decir que nadie en su sano juicio imaginaba un resultado como el que emergió de las elecciones nacionales de octubre del año pasado. Por supuesto, teníamos temor, teníamos una percepción de que algo no andaba bien, un sonido ronco adentro, en lo profundo de la sociedad que podía expresarse de una manera horrorosa para la Argentina y, efectivamente, así fue. Y este sonido ronco se manifestó en un caudal electoral que legitimó el triunfo de Javier Milei, una realidad que no deja de ser impactante.
Este resultado nos obliga a repensar una cantidad de cosas. Porque el triunfo de Milei, más allá del decadente devenir económico de la Argentina, acá, para usar una expresión remanida y coloquial… lo crucial de esta época es que “¡no es la economía, estúpido!”. No es la economía. Ustedes me dirán “¿cómo no es la economía, con la aceleración de la inflación, la falta de crecimiento y el incremento del trabajo informal...?” Y a esto hay que agregarle que en las últimas décadas en nuestro país se vienen limando las expectativas de movilidad social ascendente, las expectativas que, sobre todo en la franja de los jóvenes, están vinculadas con la percepción respecto a la posibilidad de construir un futuro. Entonces, reitero, ustedes me dirán “¿cómo que no es la economía?”
Intento explicarme. Seguramente, en el caso argentino hay mucho del impacto de la economía real, de la economía del bolsillo y sobre todo de las expectativas que están ligadas o explican el voto a Milei. Pero si circunscribimos el problema a la cuestión económica, jamás vamos a poder entender que estamos en el interior de una fenomenal crisis de representación política y de un debilitamiento estructural de la democracia. Se trata de un momento histórico que tiene una relación directa con lo que algunos definen como un “cambio antropológico” que, a su vez, está ligado muy profundamente con mutaciones tecnológicas que inciden directamente en las formas actuales de subjetividad. No podemos pensar la relación intersubjetiva sin las mediaciones tecnológicas contemporáneas, particularmente a través del celular, un elemento relativamente novedoso y muy ampliamente extendido en las sociedades, incluyendo la nuestra, y con independencia de las heterogeneidades sociales, etarias, geográficas y culturales.
Esta realidad está modificando la percepción que los individuos tienen de sí mismos, está perforando al propio yo y construyendo una tipología narcisista completamente diferente a la de otros períodos históricos. Está rompiendo tramas de intercambio y de reconocimiento que antes eran casi espontáneas y naturales. Hoy existe una nueva forma de soledad, hay una nueva forma de ensimismamiento, hay una nueva forma de autopercepción que a veces tiene la estructura del gigantismo del Yo, una suerte de compensación hipernarcisista de la frustración que la realidad le impone de manera cada vez más gravosa a las personas.
FIDE: En su opinión entonces, las nuevas tecnologías, en particular las relacionadas con la comunicación, han alterado sustantivamente la autopercepción y, a través de ella, la forma en la que nos relacionamos en sociedad…y de allí a la crisis de representación de una sociedad que ¿ya no se reconoce con los mismos parámetros ni se busca o ve un futuro común?
RF: Esto a que ustedes hacen referencia constituye otro elemento fundamental de esta nueva etapa que explica, en parte, esa perplejidad que hoy tenemos y que tiene también “la política”, los partidos políticos, las organizaciones de la sociedad en general y que refiere al modo en el que cada uno se vincula con el afuera, y qué significa el afuera. También se vienen transformando las formas y los mecanismos psicológicos y sociales del resentimiento, del miedo, de la desafección, de la ruptura de los tejidos de pertenencia, de la territorialización y la desmaterialización de los vínculos.
Todo esto está conjugado con las transformaciones tecnológicas velocísimas de los últimos años. A eso me gustaría agregarle el impacto –ninguneado en general– de la pandemia sobre las sociedades. No se trata de un fenómeno o impacto que haya ocurrido solo en la Argentina y tampoco su invisibilización es una realidad aislada de nuestro país.
La pandemia ha tenido consecuencias desastrosas en términos psicosociológicos y ha impactado con mayor dureza y le ha imprimido un mayor daño a la población adolescente y juvenil. Cualquiera que esté en contacto con jóvenes de entre 18 y 25 años, o un poquito más, ha percibido el impacto de la pandemia, la aceleración de ciertas formas de la experiencia cotidiana y de los modos del vivir, que la pandemia no hizo más que profundizar, multiplicar y potenciar. Y a esto podríamos agregar la expansión colosal de la virtualidad, de la digitalización y el reinado de las plataformas, que, como nunca antes, alcanzaron hasta el último rincón de nuestras existencias, aquello que podría nombrarse como la “metáfora Silicon Valley”. Todo esto es relevante para entender el fenómeno Milei en la Argentina en particular, pero también para caracterizar correctamente las condiciones de emergencia de esto que llamamos extremas derechas, derechas radicalizadas, neofascismos. Algunos dicen que no hay que hablar de fascismo, porque el fascismo remite a un período histórico que tiene otras características, y que éticamente no es correcto extender el uso de la palabra a otras experiencias caracterizadas por la lógica de la violencia y el exterminio de millones de seres humanos. Habrá que tener cuidado con el uso de determinadas palabras, pero cada vez resuena más en nosotros el término “fascismo” a la hora de intentar dar cuenta del arribo de la extrema derecha al gobierno de nuestro país. Al menos es una sombra ominosa que crece en muchos países de Occidente sin que el sistema democrático pareciera estar en condiciones de frenar.
Yo soy muy escéptico con las nuevas tecnologías. Hay que usarlas, yo las uso, todos las usamos. Pero hay que tener claro que en el asunto de las nuevas tecnologías hay un cambio profundo que involucra lo neuronal, lo cognitivo, lo emocional y la percepción del tiempo también. Nosotros somos hijos de una temporalidad que incluía el pasado, presente y futuro. Eso no existe más para las nuevas generaciones. Las nuevas tecnologías crean un presente continuo donde el efecto de la tecnología es el de la continuidad persistente, una especie de eternización del presente a una velocidad magnética y frenética. Todo se acelera y se desvanece a cada instante en una sucesión infernal en la que nada permanece y todo se diluye. Y con ello las viejas identidades políticas y culturales que poco y nada les dicen a las nuevas generaciones. Pareciera que han sido las extremas derechas las que han logrado seducir a una parte significativa de los jóvenes otorgándoles una nueva lógica del sentido y hasta de pertenencia. Mientras tanto, las tradiciones progresistas nacional-populares y de izquierda deambulan como sonámbulas sin encontrar un nuevo lenguaje capaz de entusiasmar.
Quizás lo que sea más complicado de las tecnologías contemporáneas es la estructura binaria del lenguaje que habilita la visión digital que subyace en la lógica del algoritmo. Eso es enormemente complicado y grave, porque es una visión binaria del mundo también: positivo o negativo. Y también se produce un efecto de descomplejización. Y nosotros, en muchas ocasiones, necesitamos complejizar, para plantear una alternativa, a la complejidad de lo real, a la complejidad de la sociedad, a la complejidad de la vida, a la complejidad del ser humano y habitar esa complejidad como parte inescindible del pensamiento crítico al que no podemos renunciar si es que no queremos renunciar a nuestra esencia.
George Steiner escribe un provocador capítulo en un libro que se llama “Lenguaje y Silencio”, donde analiza el ahuecamiento de las palabras. Ese texto es de finales de los años ’60, más o menos. Ahí hace una comparación extraordinaria y dolorosa para nosotros, para nuestra época, del inglés isabelino, el inglés shakesperiano, del inglés que los actores pronunciaban en el Teatro del Globo al que concurría el pueblo londinense allá por el siglo XVII. Esos textos utilizaban más o menos alrededor de 34.000 o 36.000 vocablos. El inglés hablado coloquialmente en el momento en que Steiner está escribiendo ese texto tenía unas 200 palabras. Si somos, como diría Aristóteles, animales de lenguaje, a mayor empobrecimiento de la lengua mayor empobrecimiento de nuestra visión del mundo; el mundo se vuelve más pobre al vivir en una época donde la lengua cada vez está más achatada y esas 200 palabras –creo–ya son muchas para el lenguaje coloquial de hoy; debemos utilizar muchas menos, digamos 50. Ahora te estás planteando una enorme dificultad, porque lo que nosotros tenemos para transmitir requiere de una sensibilidad, requiere… no podemos renunciar al lenguaje, la derecha renuncia o, mejor dicho, lo brutaliza. Por eso Milei insulta, grita, usa palabras mínimas y cargadas de desprecio, injuria y violencia. El fascismo, eso lo sabemos, ha sido también la invención de un nuevo modo de decir un mundo despiadado, competitivo y en el que cada quien debe sentirse el centro de la verdad y de la fuerza. Pero ese “nuevo decir” supone la destrucción de la complejidad del lenguaje y de su capacidad de dar cuenta de la complejidad de lo real. Comenzamos a vivir una época en la que las personas renuncian a pensar por sí mismas y prefieren la papilla de fácil digestión.
FIDE: Entonces, tomando en cuenta el rol de las nuevas tecnologías y su impacto en la autopercepción y la vida cotidiana, ¿cuáles son las relaciones entre estas nuevas formas de vivir, consumir y comunicarse con la emergencia de las nuevas derechas en el mundo?
RF: Volvamos un poco sobre las derechas, las de hoy, Benjamin decía que el fascismo es la estetización de la política. Esto lo decía en los años ‘30. Estetizar la política, viajen ustedes al mundo de Leni Riefenstahl, a los grandes documentalistas alemanes de la década del ‘30, a la escenografía primero del fascismo en la figura del Duce y, después, a la figura del Führer, al mecanismo a través del cual se estetiza la lengua política y no resultará demasiado novedoso lo que hoy está sucediendo, sobre todo, desde Trump en adelante. ¿Qué hace Milei cuando patea el tablero, cuando insulta, cuando descalifica, cuando elige la ruptura de todo sentido común? Precisamente darle una espectacularidad y espectacularizar radicalmente su intervención política. Milei hace de cada una de sus intervenciones una actuación performativa que busca penetrar afectivamente a su público. Produce una comunión pulsional y afectiva que desbanca el papel de la racionalidad en el discurso político.
El liberalismo clásico implicaba una relación entre el individuo y la comunidad bajo la forma de la respon-sabilidad. Este era el mandato, digamos, ético de un discurso liberal desde John Locke en adelante. El neoliberalismo liberó al individuo y a su autosatisfacción de toda relación responsable con la comunidad. Eso implica una nueva forma de individualismo. Porque una cosa es el individualismo liberal clásico que está más ligado a los valores de la ilustración y de la República, para decirlo de alguna manera, y otra cosa son los valores neoliberales. Porque los valores del neoliberalismo descargan al individuo de toda responsabilidad respecto de lo común, de lo compartido, de lo público.
Digo esto, y me parece importante en el contexto de esta charla, porque la extrema derecha que representa Milei abreva más en esta tradición ultraneoliberal, hiperindividualista, hipernarcisista, amoral que lo que se ve en algunas de las principales extremas derechas europeas. La reivindicación fundamental de las extremas derechas europeas es identitaria, neocomunitarista, etnonacionalista y apunta a horadar y trabajar sobre la escena de pánico de la población europea clásica frente a las masas migratorias. En Europa el lugar del otro, el lugar del chivo expiatorio, el lugar del mal, el lugar de lo que produce miedo es el lugar del musulmán, del subsahariano, del migrante. Pero a su vez eso supone una reivindicación de la francesidad, de la italianidad, de la hungaridad, de algo que en verdad el capitalismo contemporáneo se ha dedicado a resquebrajar en mil pedazos, que es precisamente la solidificación de identidades potentes. De hecho, si algo caracteriza la época en la que estamos viviendo, eso es la fragmentación, la aceleración de la multiplicidad, donde las identidades aparecen y desaparecen velozmente. Sin embargo, ahí también hay una característica clave en la que abreva la extrema derecha, que es meterse precisamente en la desolación que produce en una parte de la sociedad la experiencia de la fragmentación, de la pérdida identitaria, de la contaminación de la lengua y de la cultura por lenguas y culturas extrañas. El miedo al otro, al extranjero, hace su trabajo en el interior del sentido común europeo. Eso ya sucedió con el fascismo y el nazismo: el otro fue el judío, el gitano, el débil mental, el comunista… Cada vez la historia se escribe con nuevos y antiguos prejuicios, resentimientos, odios y miedos.
Volviendo a nuestro país, esto que hoy nos parece extraño a nosotros porque es una sociedad distinta la argentina (o la representación que nosotros teníamos de ella), se relaciona, sin embargo, con parte del proyecto de construcción de nuestra nacionalidad, allí por finales del siglo XIX y principios del siglo XX, un proceso que estuvo ligado también a la nacionalización de los otros, de la ola migratoria que le cambió la fisonomía al país. La construcción de una suerte de argentinidad se volvió una política cultural fundamental de la clase dominante de aquella época. Claro, con características diferentes a lo que implica la continuidad, antes subterránea y ahora ya en la superficie, del racismo en la sociedad europea. Los creadores de la trilogía de libertad, igualdad y fraternidad son, al mismo tiempo también, los grandes constructores de las ideologías etno-políticas y genocidas, eso nunca hay que perderlo de vista. El mileismo comparte con las extremas derechas elementos de lo que Orban en Hungría denominó i-liberalismo, es decir, no se rechaza en conjunto o en abstracto al liberalismo, sino que se le incorporan elementos conservadores y reaccionarios. Por ejemplo, en torno a la crisis de la masculinidad y a la crítica visceral del feminismo y de las políticas de género y diversidad.
Si ustedes miran el voto a Milei, sobre todo de varones jóvenes, ese porcentaje duplica el voto de las mujeres jóvenes. ¡Lo duplica! Y, también, ese voto de varones jóvenes corta transversalmente la vida social argentina. Se trata de una manifestación inversamente proporcional a la expansión de los feminismos. En “La vida emocional del populismo”, un libro de Eva Illouz, ella toma la palabra “populismo” (en el sentido que los europeos le dan a este concepto, bien diferente de lo que un latinoamericano y particularmente un o una argentina piensan respecto del populismo) y desglosa las cuatro estructuras emocionales que le parecen importantes para entender a la derecha en Israel que son: el miedo, el asco, el resentimiento y el amor.
Es muy interesante, nunca hay que perder de vista que el fascismo, las extremas derechas, los racismos transforman el miedo en asco. ¿Qué significa esto? Que el miedo nace de algo o alguien que me amenaza, siento su presencia como una amenaza, un poder simbólico emocional. El judío en la Alemania de los años ‘20, el negro en la sociedad norteamericana –donde el racismo persiste a lo largo de toda su historia–, el musulmán en la sociedad contemporánea europea, el palestino, el árabe, pero más bien el palestino en la sociedad israelí. Y ese miedo deja paso al asco. En el caso de la derecha radicalizada de Milei, el otro tiene una fisonomía más abstracta, puede ser la herencia del choriplanero o del cabecita negra. Pero también está relacionado con el antiperonismo clásico y también con las ideas contrarias a la izquierda, el zurdo en su jerga neoprocesista.
Milei reintrodujo un término que pone la piel de gallina porque es un término que en la Argentina remite inmediatamente a la dictadura. Zurdo y subversivo iban de la mano. Lo que muestra Eva Illouz en el análisis de estos cuatro elementos es que la cuestión termina con el amor, en el caso de Israel, el amor patriótico y belicista capaz de desencadenar una masacre. Pero un rasgo que es importante es que en la sociedad israelí se produjo una demonización de la izquierda, en un país que ha tenido históricamente una izquierda importante, tanto en términos fundacionales como a lo largo de su historia. El crecimiento y la expansión de la extrema derecha, básicamente alrededor de Netanyahu, se hicieron minando la relación de los sectores populares con la izquierda. Esto es relevante porque hay que tomar en cuenta que una de las características de las extremas derechas contemporáneas es que abrevan en el mundo popular; en el caso europeo es muy claro. Este es un dato no menor que plantea una profunda crisis, obviamente, de la relación entre un proyecto o una identidad o una ideología progresista o de izquierda y los sectores populares.
FIDE: ¿Cómo deberíamos pensar este quiebre en el caso argentino?
RF: En el caso argentino nos debería hacer pensar cuál sería nuestra izquierda y, también, nos debería estimular una reflexión en torno al rol del peronismo y su resurgimiento, o renacimiento, postmenemista con los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner.
En esa etapa cercana de nuestra historia se dio una suerte de reconstrucción, en parte identitaria, de un peronismo que en la década del ‘90 había sido capturado y se había convertido en el brazo ejecutor de la neoliberalización estructural de la vida económica argentina. El mene-mismo ha hecho mucho más de lo que intenta –por ahora– hacer Milei, cuando uno mira hacia atrás la década del ‘90 el menemismo no dejó nada por tocar: cambió la educación al provincializarla y desfinanciarla; transformó el sistema de salud, lo fragmentó; hizo una reforma constitucional; destruyó la flota mercante argentina; privatizó el sistema previsional; privatizó todas las empresas públicas –no dejó una sola sin privatizar–; eliminó organismos de control; desfinanció al sistema universitario y a la investigación científica y abrió el mercado interno a la competencia internacional.
Lo interesante en términos de lo que hoy vivimos en la Argentina es que estamos en un proceso de demonización de una gran tradición popular. Esta demonización permite que las extremas derechas vacíen de contenido aquellas tradiciones políticas y culturales que marcaron generaciones. En Europa o en Israel lo hacen con las tradiciones de izquierda, en la Argentina creo que estamos viviendo un momento en el que el peronismo, sobre todo para las generaciones más jóvenes, está a una distancia sideral de sus propias experiencias y de sus propias expectativas. Entonces, para concluir la idea, en este momento de derrumbe de las perspectivas, de las expectativas respecto a un futuro posible y mejor, nosotros, la izquierda nacional y popular, que expresábamos la visión creativa y subversiva del mundo y, por lo tanto, interpelábamos a las generaciones jóvenes, hemos perdido esa representación. Ellos ganan con el miedo, el asco, el resentimiento y la falta de perspectiva y nosotros nos hemos alejado de la experiencia cotidiana y nos han demonizado hasta el punto de vaciar de contenidos liberadores a nuestro lenguaje, que pareciera ya no interpelar a los jóvenes y mucho menos entusiasmarlos.
FIDE: Tomando en cuenta la descripción, digamos, sombría del estado de situación política y de las subjetividades en nuestra sociedad. ¿Por dónde van las claves para pensar un futuro justo, inclusivo, respetuoso, amoroso y próspero?
RF: Nuestra obligación es recrear, reinventar el lenguaje, la mirada del mundo, la política. Las extremas derechas expresan una profunda crisis, que nos abarca, y que plantea rasgos en común pero que también tiene elementos distintivos, propios de cada sociedad, el bolsonarismo en Brasil, el trumpismo en los Estados Unidos, los etno-nacionalismos europeos. Estos elementos comunes pro-vienen de la tradición del liberalismo más radical respecto a las libertades individuales, pero también incorporan elementos propios de las tradiciones corporativas de los nacionalismos de antaño, de la visión estatalista.
Milei es una confluencia de ultraneoliberalismo capturado por el negocio de unos pocos (en particular ligados al capitalismo de plataformas, al circuito financiero y a algunas corporaciones energéticas), con una visión profundamente conservadora del mundo de los valores. Milei es un reaccionario. Es un reaccionario respecto a las mujeres, es reaccionario respecto a las libertades genuinas, porque la única libertad que le importa o a la que se refiere y defiende es la libertad de mercado. Es decir, Milei produce algo que en realidad cierra el circuito de lo que Marx pensaba como la expansión radical del capital sobre el conjunto de la vida. La visión mileísta del mundo reduce la diversidad de la vida a economía, y ésta a mercado. Esto es pavoroso por lo que implica, por lo que produce en la vida social. Milei es un fanático. No es solo un personaje, alguien que actúa construyendo una estética que le sirve para su proyección política, eso también es cierto, pero –sobre todo– es un fanático. Esta visión sesgada, incompleta y fanática que propone Milei no tiene nada que ver con los intereses de la Argentina. Ni siquiera con los más pragmáticos de esos intereses. A la clase dominante argentina le conviene la relación con Brasil, le conviene la relación con China, le conviene la relación con India, con la Comunidad Europea, con Rusia y aún con los Estados Unidos, aunque, por diversos motivos la verdad es que la relación con los Estados Unidos siempre ha sido menos interesante, en términos económicos, para la Argentina. Tomando en cuenta estos intereses, la relación que hoy Milei plantea con el mundo poco o nada le aporta. Claro que la clase dominante es la más ideológica de todas las clases y ve en Milei alguien que puede llevar adelante su definitiva revancha contra lo que representó el peronismo en tanto constructor de un país más igualitario, en el que las clases populares encontraron una voz propia.
Por deformación, yo tengo una visión de la historia que viene de Walter Benjamin, filosofo judío-alemán que se suicidó en 1940, en la frontera francoespañola en Portbou, huyendo de los nazis. Se trata de uno de los grandes pensadores de la tradición crítica de la primera mitad del siglo XX, vinculado a lo que fue la Escuela de Frankfurt. Benjamin fue un crítico de la idea de la historia pensada desde la perspectiva del progreso. La idea de la historia como un eslabonamiento de causalidades y la idea de la “necesariedad” como flecha a cumplir los mandatos que encerraba la propia historia de cara al futuro. Benjamin era un crítico de la visión “neocientífica de la historia”, de esa concepción que suponía que las condiciones materiales explicaban el devenir y que el desarrollo de la historia era un desarrollo progresivo, necesario e ineluctable.
Lo que Benjamin planteaba es muy importante para pensar la situación de nuestro país, lo que representa un liderazgo como el de Milei. Es interesante para identificar esas claves reduccionistas del progreso, entendido en el sentido más problemático y eurocéntrico. Benjamin señalaba que había momentos de ruptura, de dislocamiento, en la historia y que estos quiebres se presentaban sin garantías y en ocasiones de manera sorpresiva. Benjamin teorizó esto siendo un testigo de la experiencia de los años ‘30, sufrió el impacto del pacto Ribbentrop-Mólotov, experimentó en carne propia la tragedia del fascismo y por todo esto, quizás, se le hizo evidente que a la idea de la linealidad histórica, de la causalidad, del progreso, por lo menos había que ponerla en cuestión.
Nosotros, que somos hijos de otro tipo de derrotas, de otro tipo de complejidad, también podríamos decir que el derrumbe de la Unión Soviética, el derrumbe de lo que era el proyecto socialista, supone un cambio de nuestra percepción del futuro y por lo tanto un cambio de nuestra percepción del presente. Eso no quiere decir que abandonemos las ideas de una sociedad más igualitaria, más democrática y emancipada. Hasta el último de nuestros días seguiremos pensando en esos términos. De lo que ya no somos portadores o no nos entusiasma y emociona lo suficiente es resultado de que ya no tenemos la certeza de que tarde o temprano la historia será el escenario de la realización de una sociedad más justa y libre. Incluso el propio Marx introducía alguna duda al respecto, el camino debería ser aquel que condujera al socialismo, pero cuidado –decía y pensaba–, que la barbarie acecha, está a la vuelta a la esquina. Convengamos que hoy más que nunca la barbarie acecha y se presenta en la forma de lo unilateral.
Cuando se ausenta la voz crítica, cuando desaparece la voz de un sujeto capaz de poner en entredicho el sistema, la barbarie tiene mayor posibilidad de desplegarse en todos los órdenes sociales, culturales, políticos, ambientales. Nosotros en la década del ‘60 o del ’70 discutíamos el concepto de alienación en el trabajo. Hoy lo que se discute es como gozar más con la explotación en el trabajo. Se trata de cambios paradigmáticos y las derechas metieron una cuña en un momento en el que las líneas de amarre, las pertenencias, las culturas identitarias, las herencias, no tienen la potencia que tenían hasta no hace demasiado tiempo.
Ya no va “m’hijo el doctor”. Tampoco tiene ninguna importancia “mi papá el metalúrgico”, “mi papá el ferroviario”, “mi papá el ebanista”. Las rupturas intergeneracionales son brutales. Aquellos que enseñan en las universidades o en las escuelas secundarias pueden dar cuenta de la brecha generacional, de una suerte de abismo generacional que mete miedo. Eso no quiere decir que no haya jóvenes interesantísimos, por supuesto. Cada generación tendrá que inventar su propio presente y ver si habilita algo hacia mañana.
FIDE: La clave principal, entonces, está en animarse a una ruptura. ¿Cómo se construye esa idea?
RF: El gobierno de Milei es un gobierno que logra todavía interpelar, fascinar, seducir a, aproximadamente, un 50% de la sociedad. Es un número enorme. No hubo nunca un experimento político en nuestro país que haya anunciado que venía a hacer un ajuste salvaje y que ganase las elecciones diciéndolo y que, en los meses siguientes realizando el ajuste preanunciado, mantenga un nivel tan alto de credibilidad y de “creencia” en un futuro posible con estas políticas. Cuando pienso en lo que nos está sucediendo no puedo dejar de recordar aquel opúsculo de Etienne de la Boetie –“El discurso sobre la servidumbre voluntaria”– que su amigo Montaigne rescató para la posteridad y en el que el joven francés se preguntaba por qué los muchos, los incontables preferían dejarse dominar por el Uno. A comienzos del siglo XVI su respuesta, que atraviesa las fronteras del tiempo, fue visionaria y contundente: “porque los muchos están fascinados por el poder del Uno”. Así de simple y complejo.
Aquí tenemos una pista, una pista mileísta, una clave, esta creencia en que el ajuste va a producir bienestar es una clave. Cuando una persona dice que le va mal, pero que tiene expectativas de mejorar e, incluso le agrega algo todavía más arduo, como es el sacrificio. La idea de sacrificio es importante. Es clave para pensar esta época, para pensar las extremas derechas y también el modo como se interioriza la deuda, que a su vez habilita lo sacrificial. Un ser humano, una persona que acepta la condición sacrificial en la que está metido y que acepta su condición de deudor, está jodido y nos jode a todos. Porque nosotros también, a lo largo de nuestra vida, hemos tenido momentos sacrificiales. La deuda es un concepto un poco más complejo, porque una cosa es la deuda en relación con lo que es el sistema económico, sabemos que capitalismo sin deuda no existe. La deuda habilita la propia lógica de capitalismo. Pero también sabemos que hay otro tipo de deuda.
“Yo no le debo nada a nadie”, “yo me hice solo”, se escucha mucho últimamente y, particularmente, entre los votantes de la derecha. Ese nivel de solipsismo, de soledad autorreferencial, de narcisismo patológico que no reconoce ni siquiera el rol de las y los que nos cuidaron, desde chicos, cuando estuvimos enfermos, de los que nos ayudaron, en la escuela, en casa, en el trabajo, el rol de las y los amigos. De este desprendimiento del resto, de la comunidad, se alimenta la expectativa reaccionaria y autoritaria de una parte de nuestra sociedad. Un narcisismo patológico que anula la interacción social y que desconoce las filiaciones, las herencias, las transmisiones y las enseñanzas sin las cuales nadie puede de-venir persona. El alucinante despliegue del imaginario ultrameritocrático que, en el fondo, no esconde sino la realidad de una personalidad rota y resentida.
El gran teórico de la violencia y de lo sacrificial fue René Girard, filósofo y antropólogo cultural. Su libro más importante se llama “La violencia y lo sagrado”. René Girard describe y construye teóricamente la figura del chivo expiatorio. El chivo expiatorio es aquel que le permite a la comunidad volver la violencia que dirigía sobre sí misma con la amenaza real de autodestruirse y hacerlo ahora hacia quien es convertido en “chivo expiatorio”. Se trata de una operación a través de la cual se le permite a la comunidad elegir un chivo expiatorio y volcar sobre él la violencia “salvadora”.
Hay un núcleo de violencia y un núcleo tanático que nos habita como seres humanos. Por eso no debe sorprendernos el funcionamiento de lo sacrificial, de la culpa, dentro de la sociedad contemporánea. Cuando Neustadt le decía a doña Rosa que estaba del otro lado de la pantalla: que “los ferrocarriles nos hacen perder, le hacen perder a usted, dos millones de dólares por día”, y resulta casualmente que el marido de doña Rosa era jubilado ferroviario. Entonces doña Rosa miraba indignada al marido y le decía: “¿Vos nos haces perder dos millones de dólares por día a nosotros?”. Esta es una forma de introducir la culpa, la culpa por haber vivido por encima de nuestros límites, la culpa por haber recibido lo que no teníamos que recibir, la culpa por haber gastado inopinadamente la energía que no teníamos que haber gastado si la hubiéramos pagado lo que verdaderamente valía, la culpa por subir a un bondi pagando un boleto barato, la culpa por tener acceso a la educación pública gratuita, la culpa, la culpa… Esa culpa al mismo tiempo requiere de una respuesta y la respuesta es: “ahora me toca sacrificarme”. Milei logró establecer una relación virtuosa entre sacrificio y reapertura del horizonte de posibilidades y expectativas. El salto hacia el futuro soñado requiere del atravesamiento del valle de lágrimas.
Hay un sacrificio que es valioso, que es justo, se podría decir; por ejemplo, el sacrificio por los seres queridos, el sacrificio altruista. Pero el sacrificio que nace de la culpa no tiene nada que ver con este sacrificio. El sacrificio por el ideal, el sacrificio por el amor a los hijos, el sacrificio por los amigos es un sacrificio positivo que nace de pasiones amables, valiosas. En cambio, el sacrificio que surge de la culpa por haber recibido lo que no tenía que haber recibido o haber gastado lo que no tenía que haber gastado es un sacrificio espantoso. El sacrificio del pecado de Adán multiplicado en la liturgia cristiana termina siendo una culpa que amputa una parte fundamental del deseo. El sacrificio en ese punto te paraliza, te convierte en un sujeto pasivo, te instituye a partir de la culpa; y la culpa, al mismo tiempo, se vincula con la deuda.
En alemán la misma palabra dice las dos cosas: culpa y deuda. Entonces yo diría que no hay política que pueda construirse desde la culpa y desde la deuda. El pintor popular Daniel Santoro tiene un análisis bastante regocijante de lo que él llama “el goce del negro”, y dice algo que no es menor para entender en parte la travesía histórica del peronismo: que el peronismo, para el mundo popular, significó la fiesta cotidiana. Significó el goce, significó el asado, significó la posibilidad de la felicidad. No como promesa del futuro si no como experiencia concreta en el aquí y ahora. Eso se trasladó a lo largo de algunas generaciones. Hoy ya no existe porque ni siquiera existe el recuerdo de aquellos que vivieron esa experiencia. Hoy vivimos en un contexto donde el peronismo no puede utilizar la felicidad del pasado porque se ha borrado en la experiencia de las nuevas generaciones.
Volviendo a las claves, me parece que nosotros podemos insistir con ser los “buenos” de esta película. Quizás sea o parezca, a priori, anacrónico apelar a un milagro, pero yo creo en los milagros, porque creo en la ruptura que moviliza la historia, como decía Benjamin, esto se resuelve de nuevo bajo la forma de la ruptura en la historia. Usar la ruptura para permitir repensar una sociedad nueva, diferente, inclusiva, amorosa. Una clave para pensar un futuro en comunidad es animarse a la ruptura. Sin sacrificios inútiles, inconducentes, sin culpa, con amor y con los otros y otras.
FIDE: Tomando en cuenta esta descripción y las dificultades que tienen las fuerzas nacionales y populares, ¿por dónde le parece que hay plafón para volver a construir? ¿Cómo se hace?
RF: Hace un par de semanas murió, en mi opinión, uno de los escritores más luminosos de las últimas décadas, Paul Auster. Auster publicó un libro extraño, formidable, que se llama “4 3 2 1”. Se trata de una novela sobre su propia vida, aunque él, más tarde, como muchos escritores, reniega de la autobiografía. Auster nació en 1947 en Newark, New Jersey, en los Estados Unidos, vivió por lo tanto los años “de oro” del capitalismo postroosveltiano con plena conciencia de lo que significó el New Deal. En la novela a la que hago referencia, Auster toma el mismo personaje y desarrolla cuatro versiones diferentes de su vida. Es fascinante: qué habría pasado si… un lugar común, algo que nos aparece en las situaciones más cotidianas, pero también en relación con momentos críticos en nuestras vidas… si no hubiese doblado a la derecha, si la hubiese saludado, si hubiese dicho tal cosa o no la hubiese dicho…
Auster introduce el azar. El azar es un rasgo muy fuerte en su obra, se produce una ruptura, aquello que iba en cierto sentido cambia de rumbo. Este cambio, sin embargo, no garantiza ningún tipo de éxito; al contrario. Auster trabaja en los puntos de inflexión, en los giros dramáticos como una posibilidad para la creación, para cambiar el rumbo, para imaginar y producir algo diferente. Esto que plantea Auster en sus escritos es una clave para pensar el desafío que se nos presenta. Tenemos que generar una ruptura sabiendo que no tenemos el éxito garantizado. Pero sabiendo también que ahí yace una oportunidad y que es nuestra responsabilidad, o está a nuestro alcance, animarnos.
Y ni hablar en términos generacionales. Hemos atravesado huracanes, tormentas, incendios, sueños increíbles, amistades, amores, viajes, exilios, cárceles, muertes. Y seguimos insistiendo. No hay una línea directa al “Qué hacer”, ya no podemos tener a un Lenin escribiendo el ABC de lo que es la construcción del militante profesional y cómo tiene que organizarse el partido, porque no existen ni el militante, ni el profesional, ni los partidos tradicionales, pero sí sigue existiendo una voluntad. Una voluntad. La voluntad, se trata de la voluntad de crear, la voluntad de amar, la voluntad de soñar, la voluntad de pensar en el otro. Nosotros somos todavía portadores, por suerte, de una mirada altruista del mundo. Ese altruismo también tiene que ayudarnos a reconocer a los otros, con todo lo que eso implica. Aquí, una porción importante de la sociedad votó a Milei. Y tenemos que trabajar sobre ese reconocimiento.
Por cierto, este altruismo también debería haber jugado un rol hacia adentro del gobierno anterior. Es decir, en términos de nuestros compañeros y compañeras, hacia adentro de nuestra propia fuerza política. En cambio, transformamos la disputa interna en una corrosión pública de todo aquello que habríamos podido reivindicar, aun en un gobierno que tuvo mil dificultades. Esa corrosión de adentro hacia afuera impidió rescatar y poner en valor las cosas que se hicieron razonablemente bien y eso tuvo efectos muy negativos en términos políticos. Uno puede considerar que a lo largo de los cuatro años de nuestro gobierno hubo momentos en donde había que haber tomado alguna decisión que no se tomó, pero sí se tomaron otras decisiones que fueron importantes, valiosas y significativas.
Por ejemplo, en materia de política internacional, la reivindicación de nuestro rol en América Latina, la aproximación que iba a concluir en ser parte de los BRICS, el vínculo entrañable con liderazgos como el de Lula o el de Evo, la relación con AMLO en México, todo eso también quedó invisibilizado. Los buenos resultados de la gestión sanitaria durante la pandemia, la ampliación de políticas sociales importantes como la Tarjeta Alimentar y el Potenciar Trabajo...
Los esfuerzos, casi a ciegas, que se desplegaron para cuidar a la población sin tener las vacunas; gestionar luego las vacunas logrando una vacunación generalizada de la población de modo gratuito y, al mismo tiempo, cuidar el empleo; dar créditos a la producción y a las y los monotributistas; poner en marcha el IFE, desde cero, para más de 9 millones de personas; los bonos a todas/os las y los trabajadores del sistema de salud, entre muchas otras iniciativas. Luego sobrevino el conflicto ruso-ucraniano con impacto en los precios internacionales, en la energía con su correlato en la inflación y en las importaciones de energía. Y, trascartón, la peor sequía del último siglo. Un poco de misericordia. Lo digo porque el día que ganó Milei yo lloré por mis hijos. ¿Pudimos haber sido tan idiotas, tan idiotas… cada uno de nosotros, de un modo u otro, para contribuir a demoler una experiencia de gobierno que arrancó en condiciones económicas muy difíciles y que logró desplegar una gran cantidad de políticas en el ámbito nacional e internacional?, ¿que no eliminó ningún derecho adquirido y que hizo posible que finalmente se sancionara la ley de interrupción voluntaria del embarazo?
En clave de futuro, espero que hayamos aprendido algo. Ojalá hayamos aprendido algo porque sin duda nosotros también contribuimos de cara a la sociedad a hacer estallar lo que habíamos creado, que fue la reivindicación virtuosa de la política como un instrumento de transformación de la vida. Lo mismo que redescubrimos y reinventamos en los gobiernos de Néstor y Cristina. Es importante que subsanemos esto. Es clave para darle espacio y músculo político a las y los dirigentes que pueden ocupar lugares de conducción de aquí en adelante, entre ellos, claramente, Axel Kicillof. Ahora, si vamos a introducir de nuevo la mezquindad en la política, estamos fritos. Estamos fritos. Tenemos que ser portadores de un pensamiento crítico pero no destructivo. El viejo Kant decía que la verdadera autonomía del espíritu crítico era ser capaz de poner en cuestión las propias certezas. Criticar al otro es lo más fácil, lo difícil es ponerse en cuestión, criticarse a uno mismo.
Nosotros seguimos compartiendo las mismas ideas que nos hicieron felices. En otros momentos de la historia donde fuimos felices, no había garantías para esa felicidad. Cuando Néstor Kirchner llegó a gobernar la Argentina no había ninguna garantía. No tenemos que olvidar eso hoy, que nos atraviesan sensaciones dolorosas, como levantarse a la mañana y verificar que Milei es presidente. La Argentina te sorprende a la vuelta de la esquina, puede pasar cualquier cosa. Eso también es una expectativa, es una esperanza y tenemos que aferrarnos a esa esperanza. Yo no soy, en este aspecto, espinoziano. Spinoza decía que la esperanza es una pasión negativa, porque proyectaba hacia adelante, ninguneando lo que hay que hacer en el presente.
Hay tres palabras que a mí me gustan mucho: ojalá, crepúsculo y esperanza. Ojalá y esperanza se dan la mano. Crepúsculo simplemente porque suena hermosa y porque todos en nuestra vida hemos vivido alguna vez un crepúsculo único. Theodor Adorno decía ¿por qué no pensar, si alguna vez ya estuvimos allí, que mañana podemos estar en el Paraíso? Sacamos 45% de los votos. Desde allí tenemos que animarnos a la ruptura y, dando cuenta de ese sonido ronco y profundo que proviene de nuestro pueblo, tenemos que construir una alternativa.