Arturo O`Connell

(Tiempo estimado: 16 - 32 minutos)

Matemático y economista - UBA, King’s College y Faculty of Economics and Politics, Cambridge

“El mundo continúa en crisis. Estamos en presencia de una  crisis en la economía que no es sólo financiera, sino que se trata de una crisis de demanda, consecuencia de la  redistribución regresiva del ingreso que se ha producido en las últimas décadas como resultado del auge de las políticas macroeconómicas restrictivas para lograr el disciplinamiento de los trabajadores”

Arturo O’Connell es quizás uno de los economistas más renombrados de la Argentina. Sin embargo, es casi imposible encontrarlo en los medios de comunicación argentinos. La ausencia es producto de una decisión deliberada: O’Connell ha preferido llevar adelante su experimentada carrera académica y profesional alejado de los flashes para concentrarse en entender los principales problemas macroeconómicos y financieros en el los países avanzados y en el mundo en desarrollo.

O’Connell es licenciado en Matemáticas (UBA), cursó estudios universitarios de economía en la Argentina (UBA) —propulsor clave de la creación a fines de los años `50 de la Licenciatura en Economía Política, separada de la de Contador— y en Gran Bretaña (King’s College y Faculty of Economics and Politics de la Cambridge University). Fue docente e investigador en universidades e instituciones científicas argentinas y del exterior. En distintos períodos O’Connell ha estado asociado al Banco Central de la República Argentina como Jefe de Departamento en su Gerencia de Investigaciones Económicas (1959-1962), miembro del Directorio (1986-1988 y 2003-2010) y asesor de la Presidencia (2010-2015). También desempeñó otras funciones oficiales: en el Ministerio de Economía y posteriormente de Hacienda del Gobierno de la República de Chile (1972-1973) bajo la presidencia de Salvador Allende, Secretario General de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO, 1974-1979) y fundador y co-Director del Centro de Economía Internacional (CEI) en el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina entre 1989 y 1999.

De visita en FIDE, accedió a un diálogo en torno a la situación de la economía internacional, el rol de la política monetaria y los bancos centrales y el impacto de las políticas de austeridad sobre la distribución del ingreso y la demanda.

FIDE: ¿Qué evaluación tiene usted de la situación económica internacional? ¿La crisis financiera internacional ha sido superada? ¿Se trata de un ciclo con menor crecimiento y menos comercio?

Arturo O’Connell (AOC): La moda actual es decir que se está saliendo de la crisis. Otra vez la discusión en torno a los green shoots (rebrotes primaverales). Pero la verdad es que una confluencia de una serie de circunstancias muy pasajeras ha arrojado un resultado débilmente favorable en el último año. En realidad, se trata de una recuperación en las tasas de crecimiento semejables a las del período 2014-2015, tanto para los países avanzados como en el mundo en desarrollo, aunque apreciablemente inferiores a las de la década anterior a esta crisis.  La situación actual se podría caracterizar mejor como la de un estancamiento de largo plazo —que puede albergar sucesivas futuras crisis—, con una recuperación temporaria de la crisis iniciada en 2007-2008.

Porqué una recuperación sólo temporaria? Porque las circunstancias de este último año han estado muy influidas por varios factores favorables, pero pasajeros. El mismo FMI subtitula su recientísimo “Panorama de la Economía Mundial” como “Recuperación de Corto Plazo, Desafíos de Largo Plazo” al asumir que en el largo plazo los riesgos están sesgados hacia eventos negativos. El Banco Mundial, por su parte, titula “Una recuperación frágil” su último informe sobre perspectivas globales.

¿Cuáles son esos factores favorables pero pasajeros? En primer lugar, es que, curiosamente dada la habitual presión hacia la “consolidación”, si se mira la situación fiscal en términos mundiales se observa un cierto impulso positivo. Cuando empezó la crisis hubo expansión fiscal, después empezó la “gran restricción” y ahora, durante este último año, se vuelve a ver algún grado de flexibilización fiscal. En Europa las recomendaciones en este campo se fueron volviendo un poco más flexibles: España no cumplía plenamente con las exigencias de la Comisión Europea, Francia tampoco, por lo que se produce una leve expansión fiscal que estimula una recuperación en los niveles de crecimiento. Bien vale preguntarse: ¿habrá voluntad para insistir en esa dirección?

Como segundo factor favorable, las tasas de interés continúan bajas y la absorción monetaria que se propone hacer la FED en los Estados Unidos es muy gradual. Mientras tanto, en Europa continúan con una política monetaria expansiva, en Japón y en China también. En conjunto, podemos decir que el entorno es de una política monetaria flexible, pero la presión para un retorno a la “normalidad” será cada vez más fuerte.

El tercer factor está relacionado con el efecto de la política monetaria expansiva en el “centro”, que tiene como consecuencia una cierta disponibilidad de fondos para las economías emergentes, lo que les ha permitido financiarse en una tímida expansión, salvo en casos singulares más rotundos.

Y el cuarto factor favorable en términos del crecimiento es que el petróleo está barato. Pero todas estas cuestiones son temporarias. La búsqueda del equilibrio fiscal se irá imponiendo (está consagrado en Europa hasta por reformas constitucionales en algunos países), las tasas de interés van a subir en algún momento y el precio del petróleo, de hecho, ya comenzó a recuperarse. En resumen, los factores que explican cierta reanimación de un crecimiento “incompleto” —como lo bautiza el FMI— son de carácter temporario y, por el otro lado, sigue presente un estancamiento de más largo plazo.

¿Por qué un estancamiento de largo plazo? ¿Será el que Larry Summers ya bautizó hace años como el “estancamiento secular”? Esta caracterización responde a la constatación de que la recuperación del crecimiento económico ha sido débil, inferior a la de otras salidas de crisis anteriores.

En realidad, no sólo tenemos una retracción en los niveles de actividad respecto a los que habrían primado si es que se hubiera mantenido la tendencia que se observaba con anterioridad a la crisis internacional, sino que la tasa de crecimiento post crisis es mucho más baja —en un gráfico esto se ve como un quiebre a partir del cual la recta tiene una pendiente menor—. Entonces hay dos cosas operando conjuntamente: se salió del primer shock de la crisis con un nivel de actividad más bajo pero, además, se desaceleró la tasa de crecimiento hacia adelante. Algunos se refieren a esta situación como la de “súper histéresis”.

Frente a este panorama, la profesión está dividida por lo menos en dos bandos: uno que cree que el crecimiento está determinado por la oferta, que el crecimiento es un problema de la fuerza de trabajo y de su productividad exógenos al proceso económico; el otro bando cree que la cuestión relevante es el Estado y la evolución de la demanda. Para estos últimos el comportamiento de la productividad está determinado por la presión de la demanda agregada, que cuando es activa incentiva a las empresas a buscar mejores métodos de producción, así como a utilizar más intensivamente el sobrante potencial de mano de obra. En mi opinión, esta hipótesis ha logrado demostrarse como más válida. Y, son entonces, las políticas restrictivas de la demanda las que han redundado en el débil crecimiento, y no factores exógenos a las políticas públicas en el ámbito demográfico o del proceso de innovación.

Para tener un marco de referencia de más largo plazo es importante tener en cuenta que, entre 1950 y 1973, la tasa de crecimiento promedio del mundo fue del 5% anual. En el periodo 1973-2011 esa tasa promedio se redujo al 3% anual. La explicación de fondo para esta ralentización está en lo que previó, hace ya un tiempo largo, en 1943, Michal Kalecki sobre el conflicto político que involucraban las políticas de plena ocupación abrazadas por el grueso de la profesión económica. Él decía: “…bajo un régimen de permanente plena ocupación, el ‘despido’ dejaría de jugar su rol como medida disciplinaria. La posición social del patrón se vería socavada, en tanto que la confianza en ellos mismos y la conciencia de clase de los trabajadores crecería” (traducción nuestra), o sea que el “poder económico” se opondría a políticas de preservación permanente del pleno empleo. Y eso es lo que estaba ocurriendo en los países avanzados hacia fines de los años `60.

Entonces lo que hay a partir de los `70 es un vuelco político producto del cual se empiezan a aplicar políticas de restricción de la demanda agregada que producen esa reducción importante en la tasa de crecimiento. Pero, además, mientras que en la primera parte de la segunda mitad del siglo pasado la diferencia de las tasas de crecimiento era de cinco puntos entre las economías centrales y las periféricas —algo así como un “de-linking” (desenganche) de estas últimas respecto a las primeras todavía dominantes—, en los últimos años esta brecha se redujo y ahora los países en vías de desarrollo apenas crecen unos dos puntos y medio por arriba del crecimiento que se observa en los países centrales. En efecto, para el año 2017 las proyecciones indican que los países avanzados van a crecer el 2% y los emergentes y en desarrollo —que ya constituyen más de la mitad del PBI mundial— en torno al 4.4%.

FIDE: En este contexto de menor crecimiento, ¿persisten vulnerabilidades asociadas con la situación del sistema financiero producto de la “exhuberancia” de las finanzas?

AOC: Para completar una mejor interpretación del proceso es imprescindible introducir el comportamiento de lo financiero, que ha probado agotadoramente que dista de constituir un sector que se equilibra a la perfección. Por lo contrario, lo que es decisivo en economías como las actuales profundamente financierizadas es que la actividad financiera pasa por sus propios ciclos de expansión desenfrenada y retracción excesiva, que interactúan de una forma altamente compleja con el resto de la actividad económica.

Si es que, como lo planteara la reina de Inglaterra, la crisis actual no fue prevista en toda su gravedad es porque, además de lo que ya hemos examinado, la macroeconomía convencional —incluidos los consagrados modelos Dinámicos Estocásticos de Equilibrio General (DSGE) que constituyen el ABC de la metodología usada abrumadoramente por los bancos centrales— no sólo no ha sabido, sino que ha descartado comprender el funcionamiento de esa interacción entre lo “real” y lo “financiero”. Como bien lo expresó el actual Director de Estudios Económicos del Bank for International Seatlemets (BIS), la macroeconomía sin sistema financiero es como la obra “Hamlet” sin el príncipe de Dinamarca. O como lo dijo muy gráficamente otro eminente colaborador del BIS, a saber, que la “cola” (de las finanzas) es la que parece dominar el movimiento del “perro”, de la economía real.

La crisis financiera obedeció, en gran parte, a una expansión vertiginosa del crédito a través del cual se compensaba, parcialmente, la pérdida de poder de compra de vastos sectores de la población como mecanismo de sostén de la demanda. A su vez, esa expansión crediticia se vió multiplicada por operaciones en cadena de un sistema financiero desregulado bajo la noción de la eficacia de estos mercados que, por lo contrario, mostraron patentemente su carácter cíclico y su capacidad destructiva.

FIDE: ¿Qué rol ha jugado la regulación financiera / bancaria internacional en este proceso?

AOC: Con referencia a las cuestiones financieras y más específicamente a los bancos, es interesante volver sobre algunas cuestiones básicas. Existe un creciente consenso en que el esfuerzo de reformar las normas bancarias con vértice en las de Basilea ha sido, para ser diplomáticos, insuficiente.

El punto central de esas reformas es el de promover una dotación de más capital a las entidades bancarias, de modo de poder absorber pérdidas de importancia como las que se produjeron durante esta y otras crisis. Pero lo finalmente acordado es mínimo con respecto a lo que se considera necesario en cálculos efectuados por autores y grupos de investigación de solvencia reconocida. A esto se añade el hecho de haber autorizado que las grandes instituciones puedan calcular sus necesidades con sus propios modelos de riesgo, aunque últimamente se ha generado una cierta reacción hacia imponer coeficientes fijos desde las autoridades regulatorias. Además, se ha permitido incorporar, como componentes de capital, rubros que no estarían inmediatamente disponibles en caso de una crisis y la aceptación de ciertos tipos de deuda como parte del capital.

En ese sentido, es interesante prestar atención el examen que efectúa regularmente el actual vicepresidente de la Federal Deposit Insurance Corporation (FDIC) de los Estados Unidos —el organismo creado en los años `30 para administrar el sistema de garantía de los depósitos— al comparar los resultados que se publican acerca del cumplimiento por parte de los grandes bancos internacionales respecto de sus requisitos de capital con un cálculo en el que se detraen algunos conceptos poco aceptables. Los datos a junio de 2017 indican que, mientras el porcentaje de capital con respecto a los activos ponderados por riesgo, de acuerdo a las normas de Basilea, se ubicaba para 30 grandes bancos de los Estados Unidos, Europa y Asia en alrededor de 14%-15%, al abandonar la ponderación por riesgo —altamente discutible— y quitar algunos conceptos del monto de capital, se llega a coeficientes de capital del orden de sólo el 5%-6%, parámetro claramente insatisfactorio.

Como otro elemento de juicio acerca de la solidez de esas grandes instituciones, se puede examinar la relación entre el valor libros y el valor de mercado de las acciones, valor que en el caso de un gran banco europeo llega apenas a dos tercios de su valor de libros. 
En ese sentido hay un cierto consenso oficioso en que, mientras los bancos en los Estados Unidos han sido mejor capitalizados, no ocurre lo mismo con los europeos. Los problemas de los grandes bancos cuya caída arrastra al total del sistema —conocidos como los “Too-Big-To-Fail”—  son ​lo que obliga a las autoridades a efectuar salvatajes de gran envergadura. La cuestión del mundo de entidades y transacciones “en las sombras” (shadow banking system) tampoco ha sido encarada debidamente.

Sólo en Gran Bretaña se comienza a aplicar una reforma algo más ambiciosa, que es la de “delimitar” las actividades de una entidad que toma depósitos del público y que tiene acceso al apoyo de liquidez de su banco central, de otra que efectúa operaciones de banca de inversión, aunque algo debilitada: la denominada reforma ”Vickers”.

Por lo contrario, en los Estados Unidos se discute activamente un debilitamiento de las normas aprobadas por su propio Poder Legislativo a raíz de la crisis. Asimismo, a la consiguiente fragilidad del sistema, un sinnúmero de noticias y de informaciones parciales pone de manifiesto un reinicio de operaciones sumamente audaces que apuntan a la posibilidad de serios problemas en este sector, así como en áreas como las “centrales de compensación” para operaciones de “derivados” más o menos estandarizadas. 


En los Estados Unidos empieza a notarse un incremento del crédito non-prime (así lo denominan, de modo un poco más “políticamente correcto”: non-prime en lugar de subprime). El fenómeno parece haber comenzado con la colocación de créditos para la compra de automóviles y ahora, que ya parecería observarse cierta saturación en este mercado, han puesto el ojo en los préstamos a estudiantes. Tema complicado si los hay. Están buscando dónde colocar los fondos y se nota el desarrollo de este mercado denominado non-prime. En Europa la situación de los bancos es mucho peor.


Por lo tanto, en respuesta a la pregunta, se puede afirmar que renovadas crisis financieras pueden hacerse presentes en el contexto de lento crecimiento y agudización de la concentración de los ingresos en sectores reducidos de la población.

FIDE: ¿Qué hay del comportamiento del comercio in-ternacional en esta etapa y, también, respecto a los movimientos financieros transfronterizos?

AOC: La evolución del comercio internacional sigue marcan-do la lentitud y fragilidad de la recuperación. Utilizando como fuente el Central Planning Bureau (CPB) de Holanda, se puede corroborar un crecimiento muy débil del comercio, con un promedio de sólo algo menos del 2% anual en los últimos 10 años y que, aunque en el año 2016 se nota una interesante recuperación, en el segundo trimestre de este año se produce un renovado estancamiento.

La crisis también ha resultado en cambios muy acentuados de los movimientos del capital transfronterizo. Entre el 2007 y el 2016 se produjo una caída descomunal —en torno al 65%, pese a alguna recuperación con respecto al punto más bajo situado en 2010— explicada fundamentalmente por la retracción en los préstamos bancarios, en particular, en el caso de los bancos europeos, que son los que sufrieron una contracción más pronunciada.


Hay algunos bancos de Canadá, de China, de Japón que empiezan a expandirse en operaciones internacionales, pero las entidades financieras de los Estados Unidos siguen con índices de colocación de créditos muy modestos. En el total de financiamiento que se dirige a los países emergentes o en vías de desarrollo sólo la Inversión Extranjera Directa mantuvo alguna estabilidad. Para estos últimos países, como el nuestro, podríamos decir “chocolate por la noticia”; el financiamiento externo ha sido desde los albores de nuestra existencia —y de otros en circunstancias parecidas— extraordinariamente inestable y sobre todo dominado por circunstancias de los mercados financieros y de la evolución económica de los países “centro”.

En un contexto como éste, la noción de que una política de tipo de cambio flexible podía permitir la gestión de esa inestabilidad ha demostrado ser una entelequia, incluso para los países más avanzados. Como ya lo dijera Raúl Prebisch en los años `30, no hay “política monetaria nacional” sin control de cambios. O como se dijera en los últimos años, el “trilema” (de Mundell) es en realidad un “dilema”; ningún país y mucho menos los nuestros puede manejar la inestabilidad de un precio clave como el del tipo de cambio para acomodar los vaivenes del mercado financiero internacional.

Para resumir, en mi opinión estamos en presencia de una crisis que no es sólo financiera, sino que se trata de una crisis de demanda producto de la redistribución regresiva del ingreso que se ha producido en las últimas décadas como consecuencia del auge de las políticas de austeridad y el consiguiente disciplinamiento de los trabajadores vía la escasez de puestos de trabajo y la mala calidad de muchos de los que se crean, por ejemplo, en esta débil recuperación de los niveles de actividad. A escala mundial, de no producirse un vuelco político que reinstaure el objetivo del pleno empleo y de una distribución más igualitaria de los ingresos, así como un esfuerzo de regulación financiera a fondo, nos espera un prolongado período de lentísimo crecimiento, no desprovisto de episodios de serias crisis financieras.

FIDE: En este contexto, ¿cuál es el futuro del empleo?

AOC: ¿Qué podemos decir del proceso de recuperación del empleo o de la disminución en los niveles de desocupación? Lo que está muy claro —el Fondo Monetario Internacional se refiere al tema en el último World Economic Outlook— es que la creación de empleo nuevo es del peor empleo posible: se trata fundamentalmente de empleo temporario. En el total de los países de la OCDE, un tercio de los puestos de trabajo no son “normales”. En la Zona euro, el Banco Central Europeo, curioso al igual que otros bancos centrales porque la baja de los porcentajes de desocupación no ha implicado un aumento en las presiones al alza de sueldos y salarios, construyó un indicador de “capacidad ociosa” en el mercado de trabajo (a los desocupados según las definiciones oficiales se les agregan aquéllos que ya no buscan empleo por desaliento o por todos los tipos diferentes de trabajos temporarios en el que el/la interesado/a desea trabajar más horas) y resultó que ese sobrante potencial de mano de obra alcanzaba, hace unos meses, al 18% de la fuerza de trabajo, en tanto que la cifra habitual de desocupación era del 9,5%.

Hay ejemplos por países muy interesantes. Veamos el caso de Alemania. Los empleos —los “mini-jobs”— son por 400 euros por mes y los trabajadores —6 millones de personas— tienen que estar esperando que los llamen. Solo tienen garantizadas 15 horas por semana. En Gran Bretaña, los “zero-hour contracts” no tienen garantizado un número mínimo de horas de trabajo e involucran a 1,4 millones de personas. Para cruzar el Atlántico, en los Estados Unidos, de 1972 para acá, el conjunto de los trabajadores en el sentido habitual de los que trabajan para un tercero, excluidos los del sector agropecuario y el servicio doméstico —que representan alrededor del 80% de la fuerza de trabajo de ese país— pasaron de ganar, por semana, descontada la inflación, de 738,86 dólares a 723,67 dólares, una leve caída, pero caída al fin a través de nada menos que 45 años… ¿el fin del “American Dream”?

Este cambio cualitativo en la creación de empleo y en su remuneración está claramente relacionado con lo que ya discutimos acerca de las transformaciones socio-políticas desencadenadas a partir de los años `70, así como con la reestructuración y deslocalización de las actividades productivas. Y, por otra parte, tiene como contrapartida la abundantemente conocida concentración de ingresos en el 1% superior en la escala de distribución de los ingresos.

Algo menos conocido es lo que se refiere a los “márgenes” que han logrado instaurar las grandes empresas como consecuencia de un acrecentado “poder de mercado”. En un estudio reciente al respecto, se muestra que a partir de 1980 los markups se han ampliado verticalmente: pasaron de representar el 18% del costo marginal al 67%. Y las consecuencias macroeconómicas que se subrayan son realmente muy importantes. En ese incremento en el poder de mercado se genera la pérdida de participación del trabajo en el ingreso y el correspondiente aumento de la participación del capital, una contracción en los salarios de la mano de obra menos calificada y una desaceleración en el crecimiento.

FIDE: Explicado como usted lo plantea, queda bastante más claro cómo se iba engendrando la crisis. Se trata de la contracara financiera de un problema de sobreproducción más clásico, que tiene que ver con la cuestión del subcon-sumo, a su vez consecuencia de la cuestión distributiva. Como el empeoramiento de la distribución del ingreso se disimuló con el crédito, lo que estalla es esa burbuja. La crisis de demanda continúa y por lo tanto el nivel de crecimiento no termina de recuperarse. Y, como usted bien describe, parecería ser que la situación de los bancos no es tan buena. En este contexto, en su opinión, ¿cuál puede ser el detonador de la próxima crisis?

AOC: La situación general es de fragilidades varias. Y allí es donde los diagnósticos son diferentes. La posición de los ortodoxos es que esta fragilidad es producto de la política monetaria expansiva que llevó adelante el Banco Central Europeo y también la FED. Mi opinión, en cambio, es que hay que dar vuelta el argumento. Tenemos niveles de crecimiento muy magros. Este déficit en el crecimiento se explica por la falta de demanda. Dicho mal y pronto: la gente no tiene plata y se endeuda, pero mucho menos de lo que quiere o le hace falta.

En este contexto, como ya he mencionado, se observa un aumento vertical en los márgenes de ganancia de las empresas. Los cambios que se advierten en la distribución del ingreso son muy impresionantes. La otra noticia o novedad es que ahora las grandes empresas no financieras (por ejemplo, Microsoft) también actúan en el terreno de las finanzas. Es básicamente una de las características de esta etapa del capitalismo: la financiarización.

Para salir de la crisis de demanda faltó una política fiscal expansiva. Mala palabra para la mayor parte de la profesión, y mucho peor todavía para el “poder económico”. Pero la evidencia empírica muestra que el impacto de la inversión pública (un shock fiscal expansivo) en el crecimiento es mucho más fuerte que el impulso monetario aislado, que es lo que ha dominado la política macroeconómica salvo en el año posterior al desencadenamiento de la crisis. El gasto público ya tiene un multiplicador más bajo, un poco menor, cuando el impulso proviene de una reducción del impuesto al trabajo —tema de moda, si los hay— el impacto positivo sobre el PIB es mucho menor aún. Si se bajan los impuestos a las empresas, mucho más pequeño. Algo mejor con la reducción del IVA.

Y lo mismo sucede respecto a la complementariedad de las políticas: la monetaria y la fiscal. Los datos muestran que cuando la política fiscal viene acompañada de una política monetaria también expansiva los spillovers (el efecto derrame) son mucho más grandes. El efecto, en un contexto de globalización, se extiende entre fronteras. Todo esto lo explica con gran esmero ese último “Panorama…” del FMI.

El problema, sin embargo, de cuáles son los mejores instrumentos de intervención pública supera la técnica económica. Volvamos a Kalecki.

El “poder económico” no quiere la intervención pública en el proceso económico. A lo mejor acumularían más ganancias con una economía revivificada por una vigorosa política fiscal y monetaria. Pero, normalmente, bajo una democracia los gobiernos son elegidos por las mayorías. Consagrar como válida esa intervención pública puede llegar a constituir un arma de doble filo. En algún momento de crisis puede ser útil ser rescatados del pozo; pero no más que eso! Vaya a saber uno qué es lo que se les puede ocurrir más adelante!

Exactamente esta dinámica se observó en la crisis sub-prime. Fue posible efectuar una expansión fiscal al comienzo de la crisis pero, ya en el 2009, la aparición de los green shoots justificaba no provocar a “los mercados”. Así consiguieron una primera victoria: no hubo más expansión fiscal. El peso de la política pública anticíclica cayó entonces sobre la política monetaria, materia de los bancos centrales. En aquellos primeros años de la crisis, el salvataje del sistema financiero —aunque no de los deudores del sistema financiero— implicaba la necesidad de una fuerte expansión de las operaciones de los bancos centrales, de una acumulación de activos, préstamos y compras de valores, que generaba una expansión monetaria. Los balances de los bancos centrales se incrementaron enormemente; los mayores bancos centrales llegaron a acumular 15 billones de dólares (en castellano; millones de millones), más de la mitad en títulos públicos, al absorber un quinto de la deuda de sus gobiernos; y el proceso continuó.

De ser los grandes bancos privados considerados los “Dueños del Universo” que con el volumen de sus préstamos y colocaciones manejaban los mercados financieros, las condiciones crediticias mundiales, súbitamente eran los bancos centrales, ahora, los nuevos dueños, una vez más, ¿al servicio de quién? Los bancos y otras entidades financieras salieron adelante, los mercados de valores mobiliarios alcanzaron precios de alturas insospechadas; ya está bien! Basta de “medidas extraordinarias”! Volvamos a aquellos bancos centrales bobos que movían las tasas de interés para evitar que la inflación fuera superior al 2% anual. Que del volumen del crédito, de sus destinatarios, etc. nos volvemos a ocupar nosotros. Y, sobre todo, nada de andar financiando déficit fiscales! Que somos nosotros los que nos vamos a ocupar de encontrar los “ahorristas” y poner las condiciones del caso. Y nada de esas recomendaciones subversivas del FMI que exhortan políticas fiscales acom-pañadas de unas políticas monetarias flexibles. Ni políticas fiscales ni monetarias de peso. Lo que ocurra con el proceso económico será el resultado del funcionamiento de los mercados, en el que algunos ajenos a “la política” vamos a tener injerencia. Somos nosotros los que vamos a decidir si hay expansión financiera, si va a haber más crédito o no y también definiremos las características de ese crédito, de corto plazo, al consumo, etc.

Esta es la pulseada actual, como siempre disfrazada de argumentos acerca de las consecuencias inflacionarias de lo que hacen los bancos centrales —la inflación por años pronosticada no se materializa debido a la situación que hemos descripto de los mercados laborales— o, peor todavía, de la crisis especulativa que se va a crear como consecuencia de las bajas tasas de interés, cuando no negativas!

Lo reiteramos. Los argumentos acerca de los males que acarrean las políticas fiscales o monetarias expansivas constituyen un disfraz de una lucha por amansar los gobiernos, por desacreditar la intervención pública en el proceso económico, fundamentalmente por vaciar la posibilidad de que un gobierno apoyado en un bloque de fuerzas mayoritarias imprima una orientación radicalmente distinta a las políticas públicas.

FIDE: En este contexto se entiende mejor el “futuro negro del trabajo”, de los trabajadores, del empleo decente y de los sindicatos. Al mismo tiempo, la ralentización de la demanda impacta menos en las empresas porque una porción creciente de sus ganancias son reinvertidas en la esfera financiera.

AOC: Sí, claro. Todo este proceso viene acompañado de una desestructuración del mercado del trabajo. Se ha vuelto al putting-out system, la “tercerización”, estadio previo casi a la revolución industrial. Las empresas solo subcontratan. De hecho, la relocalización de la producción (característica de la globalización) implica que ya no están bajo el mismo techo todos los trabajadores y por lo tanto se ha perdido el tener un sindicato fuerte. La producción se organiza de una forma tal que se desperdiga en una cantidad de subcontratistas que pelean como locos para no perder su contrato. A su vez, esos contratistas son los que generan los empleos, que son obviamente temporarios y atados a ese contrato. En un esquema como éste, ya no hay más sindicato. De ahí la idea de representación a nivel empresa y ya no por sector. Lo que implica consagrar, cristalizar este estado de cosas.

Por eso, como lo decíamos al iniciar esta charla, los trabajadores por sí solos han perdido casi totalmente su capacidad de negociación. Lo único que queda es el Gobierno, la política pública, pero a condición que se apoye en un nuevo bloque de fuerzas sociales que puedan enfrentar la oposición del “poder económico”. El pueblo, el obrero ha perdido su principal instrumento de lucha que eran los sindicatos fuertes y las huelgas. Eso no existe más. 

FIDE: En perspectiva, algunos dirían que así funciona el capitalismo. Lleva a crisis recurrentes, esas crisis promueven niveles mayores de concentración que, en teoría, deberían ser la base a partir de la cual se vuelve a crecer. En la crisis que se inicia a fines del 2007 en el mundo hubo destrucción de riqueza, pero no tanta. En parte porque los Estados estuvieron garantizando que no se produjera esa destrucción de riqueza. Y de alguna forma la crisis se prolonga en el tiempo. ¿Cuál es el final de una situación de este tipo?

AOC: El final es que vamos a seguir teniendo crisis. Y puede pasar que, en algún momento, las grandes mayorías busquen una salida. Desgraciadamente, y como ya mencionamos previamente, el hartazgo parece beneficiar más a la derecha que a los proyectos progresistas, que casi no se hacen oír, tal ha sido el “lavado de cerebros” que ha logrado lo que normalmente se llama el “neoliberalismo”, que de neo tiene poco…

FIDE: Y en el mundo en vías de desarrollo, ¿cómo se hace?

AOC: Primero, hay que tener bien claro lo que no se debe hacer. Por ejemplo, no entregar la solución de controversias con financistas o inversores extranjeros a tribunales o arbitrajes en el exterior. Esto es, no a la prórroga de jurisdicción, como aquí se plantea con tanta liviandad y que quedó consagrada como legal en los artículos 2605 a 2607 del nuevo Código Civil y Comercial de la Nación.

FIDE: Pero entonces no se consigue el financiamiento…

AOC: Y bueno, no se conseguirá. El segundo negativo sería entonces respecto del financiamiento externo. No ha lugar.

No sólo se caracteriza por la inestabilidad que ya se ha mencionado, sino que desde hace años —en esta nueva era de la globalización financiera— no dejan de aparecer reiteradamente nuevos trabajos que muestran que el financiamiento externo no es un factor positivo para el crecimiento.
Y la inestabilidad es perjudicial en las fases de auge —sobrevaluación de los tipos de cambio y prioridad a inversiones en sectores no-transables— y en las de retirada, al generar colapso de valores mobiliarios e inmobiliarios, así como restricciones financieras internas y externas.

FIDE: Eso implica entonces una fortísima regulación de la cuenta capital…

AOC: Y sí. Efectivamente, en el caso de nuestros países la financiarización comenzó desde afuera. Brasil es un caso particular, ya que comenzó muy temprano un proceso interno de financierización. Pero al resto nos llegó desde el exterior cuando los grandes bancos internacionales se encontraron con sus tesoros repletos de petrodólares y, después, continuó con la colocación de títulos en “los mercados” internacionales bajo la “guía” de las calificadoras de crédito.

Además, la liberalización de movimientos transfronterizos de capital es una avenida de doble mano que resultó extremadamente atractiva para los residentes de nuestros países, que en vez de invertir internamente pasaron a colocar una parte significativa de sus patrimonios en el exterior para parcialmente regresarla cuando el rendimiento es marcadamente más alto. Es útil recordar que por el Artículo VI, Sección 3 del Acuerdo Constitutivo del FMI, los países miembros tienen derecho a instaurar controles a los movimientos de capital mientras no afecten los de cuenta corriente; al menos por una vez un acuerdo internacional no constituye un obstáculo a una política acertada.

Cosas similares ocurren en el campo comercial, donde por varias décadas se impuso la noción de que la liberalización de los movimientos de mercancías y, después, de servicios, es siempre buena.

Lo menos que se puede decir es que esas liberalizaciones acarrean considerables costos de ajustes sectoriales y de redistribución de ingresos, por lo que es necesario examinar lo que se hace en este terreno con sumo detalle y no dejarse llevar por ensoñaciones.

Paradójicamente, son algunos de los países avanzados los que toman distancia frente al “libre comercio” —en la “letra chica” siempre han sido mucho más cuidadosos que en sus pronunciamientos “para la gilada”—, mientras que los países en desarrollo se convierten en sus adalides.

En particular, es decisivo vigilar aquellos acuerdos internacionales que representan, para un país débil y en desarrollo, una dificultad, tanto en términos de su negociación (la letra chica) como si se decide salir, anular el acuerdo. Esto ocurre con compromisos de Tratados Bilaterales de Inversión o Acuerdos Bilaterales de Libre Comercio.

“El libre comercio siempre es bueno”… es una posición muy simplificadora de la realidad. Los acuerdos internacionales funcionan como un “corsé” para los países en vías de desarrollo.

FIDE: En el caso de los países centrales las respuestas parecen estar más relacionadas con combatir la insuficiencia de demanda. En cambio, en el caso de los países en desarrollo, ¿en qué frentes habría que poner las energías?

AOC: Los países en vías de desarrollo se enfrentan al desafío de avanzar por un desfiladero. El desarrollo, pero el mismo crecimiento, requieren de una economía interna activa y, como se dice ahora, “inclusiva”, esto es, con crecimiento de puestos de trabajo y de servicios sociales como educación y salud, para lo que una política de demanda es una condición necesaria; no hay crecimiento sostenido en una economía dominada por la desocupación y la ausencia de mercado interno. Pero, por otra parte, se debe contar con una política industrial, una política de oferta, que no excluye el aprovechar, si las hay acertadas, propuestas de inversiones extranjeras. De todos modos, se requiere mucho más que el simple aseguramiento del funcionamiento de “los mercados”, como tampoco lo hacen los países avanzados ni lo hicieron y continúan haciendo aquéllos no avanzados que han tenido éxito en superar esa condición.

FIDE: Volviendo sobre el tema del financiamiento en los países en desarrollo, los actuales niveles de liquidez internacional de alguna forma garantizan un período prolongado en el cual se pueden sostener esquemas basados en el endeudamiento externo. ¿Es así?

AOC: No! Si lo que he estado diciendo es cierto, y yo creo que lo es, no va a haber tal período prolongado de abundante financiamiento internacional. Y, además, mejor que no lo haya; porque la tentación, el “facilismo” está siempre presente y, como hemos visto, el financiamiento desde el exterior no constituye una fuerza positiva para el crecimiento. Y como el financiamiento externo no es saludable, entonces hay que tener bien claro que es necesario armar un sistema nacional de crédito productivo. Hace ya muchos años que John Williamson, al que se le asigna haber inventado el Consenso de Washington (ojalá hubiera sido como lo escrito por él, que era bastante más moderado aunque también bastante cuestionable), en una charla, acá en Buenos Aires, insistió en ratificar lo expuesto en aquel famoso Consenso pero con una sola excepción.

¿Cuál? Dijo John Williamson que se había equivocado en cuanto al sistema bancario, que los sistemas bancarios existentes no sirven para el desarrollo y que no había que tener complejos en argumentar a favor de bancos de desarrollo públicos, aunque hubieran estado aquejados muchos de ellos por algunas características negativas.

Yo reforzaría la apuesta. No sólo se necesitan bancos de desarrollo, sino un sistema financiero, de base bancaria en nuestros países, que deben dejarse de juguetear con la fantasía de crear un “mercado de capitales” a la anglo-sajona que otorgue un peso significativo al financiamiento de las inversiones productivas. Para recordar un ejemplo argentino: en el discurso de creación del Banco de la Nación Argentina, Carlos Pellegrini dijo que lo que tenía que hacer el Banco era dar crédito para la producción, para las inversiones, para las pequeñas empresas y no, agrego yo, como hacen muchos bancos actualmente, dedicarse en gran medida a dar créditos al consumo, incluido para irse de vacaciones…al extranjero

Fide

Fundación de Investigaciones
para el Desarrollo

Seguinos en

Facebook

Domicilio

  • San Martin 674 - 1° Piso - Of. A
  • CP C1004AAN
  • Ciudad Autónoma de Buenos Aires
  • República Argentina
  • 4313 - 9494
  • Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.