Ignacio Ramírez

(Tiempo estimado: 12 - 23 minutos)

“La grieta constituye una imagen bastante eficaz y por eso sobrevive: nos simplifica la lectura de la realidad. Como mapa es bastante eficiente, porque facilita la navegación por ese territorio caótico que es la sociedad, la opinión pública, el mercado electoral. Sin embargo, para simplificar el mapa (para que el mismo sirva como tal), mi opinión es que este es un juego de dos: el Gobierno y el kirchnerismo ampliado.”

Ignacio Ramírez es sociólogo de la UBA y tiene un posgrado en Comunicación, Cultura y Política por la Universidad Complutense de Madrid. Por muchos años fue director de la consultora Ibarómetro y desde hace un tiempo dirige el Posgrado de Opinión Pública y Comunicación Política de Flacso. Suele decir que su trabajo como consultor le ha dejado un aprendizaje: la única verdad es la percepción de la realidad. FIDE convocó a Ramírez para tratar de entender las principales premisas de la política argentina actual, a seis meses de la asunción de un nuevo presidente y luego de la catástrofe macrista.

FIDE: ¿Cómo se podría describir el panorama electoral actual argentino?

Ignacio Ramírez (IR): Nos encontramos en un contexto de incertidumbre. Esta incertidumbre no es solo económica; también involucra a las estimaciones y los análisis de índole política. Estamos en tiempos de gran fragilidad. Parecería que cualquier regularidad se evapora y que todos los procesos electorales vienen con sorpresas que disuelven lo que, hasta hace cinco minutos, eran las leyes de gravedad de la política, del comportamiento electoral. Irrumpen sorpresas que interrumpen regularidades y nos dejan un poco a solas. A este panorama se le adiciona el tema del desprestigio de las encuestas o la dificultad que estas mediciones han mostrado para hacer estimaciones. En estas circunstancias, estamos obligados a recurrir o bien a un conjunto de intuiciones o pedir socorro en algunos marcos teóricos o ideas que relacionen circunstancias y factores y nos permitan pensar los distintos desenlaces.

De una manera un poco audaz, creo que podríamos intentar una aproximación doble: con el mapa y con el territorio. Es decir: hay escenarios, pero estos escenarios también están atravesados por las lecturas que de ellos se hace. Los actores políticos, por su parte, toman decisiones en base a esas lecturas. Para aventurar una respuesta, uno podría decir que hay tres lecturas o tres posibilidades (escenarios) electorales. El primero: podría ganar el kirchnerismo. Ese ya es un primer diagnóstico. Y el marco teórico que subyace a este diagnóstico / escenario es que el fracaso económico del Gobierno permite pensar en una eventual victoria de ese espacio político.

El segundo escenario es que gana el macrismo ¿Por qué podría ganar el macrismo? Bueno, hay dos argumentos. Porque los gobiernos (casi) siempre ganan: eso es algo que sabemos. Hay una tasa de reelección de los presidentes elevada. Dicho de otro modo, los intentos reeleccionistas en general resultan exitosos. Este escenario es interesante, porque discute la premisa según la cual la gente está siempre enojada con los gobiernos. Casi podríamos decir que, en general, es al contrario: la gente está bastante dispuesta a premiar a los gobiernos con, al menos, una reelección. De hecho, la figura de la reelección fue diseñada como una especie de trámite plebiscitario. Existe una inercia oficialista que supone que, a cuatro años de empezar una etapa, un proyecto político, ya sobreviene una nueva elección presidencial. En ese marco aparece la premisa, la ilusión, una cierta inercia que le da ventaja a los oficialismos en torno a una idea sencilla: démosle un período más para ver qué pasa. Cuatro años son pocos para lograr transformaciones. Esta lógica también se aplica al caso de los gobernadores y los intendentes. La tasa de elección de quienes aspiran a ser reelectos es muy alta, lo cual podría añadir pesimismo a la hipótesis alternativa según la cual el atolladero económico podría dar ventajas a la oposición.

Otra lectura, sin antecedentes ni empíricos ni teóricos, pero que tiene un nivel elevado de penetración, se refiere a la grieta. La grieta, que parecería estar envasada al vacío, como si no hubiera contexto económico. Parece más bien una discusión binaria y dicotomizada que asegura competitividad. Pueden volver a ganar por un punto, como si en realidad no se encogiera la competitividad electoral del Gobierno porque está bajo la ley de la grieta. Y esa ley parte a la sociedad en dos y ya le asegura una mitad cultural, una mitad electoral al Gobierno. Bajo esta teoría puede ganar o perder, pero estaría representando una mitad. La grieta constituye una imagen bastante eficaz y por eso sobrevive: nos simplifica la lectura de la realidad. Como mapa es bastante eficiente porque facilita la navegación por ese territorio caótico que es la sociedad, la opinión pública, el mercado electoral.

Para simplificar el mapa (para que sirva como tal), mi opinión es que éste es un juego de dos entre el Gobierno y el kirchnerismo ampliado, no sé cómo llamarlo... el centro de gravedad del archipiélago opositor. Por un lado, me permito descalificar la posibilidad de que ese escenario más o menos binario sea disuelto por la irrupción de Lavagna o alguna forma de Alternativa Federal. Después podemos discutir por qué creo que esta tercera vía no merece mucho detenimiento.

FIDE: Volviendo sobre la hipótesis según la cual la situación económica representa un escollo para el proyecto oficialista, ¿cómo se transforma el desasosiego económico en un resultado concreto electoral?

IR: La economía y el comportamiento electoral tienen un nexo. Siempre se discute de qué tipo, de qué naturaleza, con qué gravitación, pero una de las teorías sobre el voto más conocida, más articulada y más probada es la del voto económico o voto retrospectivo.

Es interesante la idea del voto retrospectivo, porque, según los consultores, para ganar elecciones hay que hablar del futuro, del futuro… Pero hasta ahora, toda la evidencia empírica acumulada señala que se vota sobre el pasado. Y ese comportamiento tiene racionalidad, porque votar sobre el futuro implicaría imaginar un electorado un poco inocente, que cree en las promesas. En cambio, el pasado es más tangible. El futuro solo aparece a través de un conjunto de promesas, de horizontes, de deseos, aspiraciones. Toda la evidencia empírica señala que es el pasado el que determina las inclinaciones electorales.

¿Y qué es el pasado? El pasado es el desempeño de un gobierno. Es importante detenerse a estudiar el voto retrospectivo, porque es una biblioteca en la que abreva el gobierno de Cambiemos. El voto retrospectivo propone una relación un poco transaccional, post-ideológica, entre Gobierno y sociedad. Entonces, una sociedad en este caso elige a Cambiemos: le da cuatro años, le da las herramientas, lo respalda en las elecciones de medio término para que no haya excusas. Y a los cuatro años toca hacer un balance. Recién a los cuatro años se puede evaluar si sirvió o no, si tuvo sentido o no. Cumplido el período del primer mandato, los electores hacen un balance del desempeño del Gobierno.

El asunto es que el desempeño de un gobierno también es un poco metafísico. Evaluar la tarea de un gobierno requiere mucho esfuerzo. No es una pregunta que nos hagamos muy a menudo, pero ¿cómo se evalúa esa tarea? Alguien podría decir: los hechos hablan por sí mismos. Pero los hechos nunca hablan por sí mismos; los hechos pueden decir cualquier cosa o muchas cosas a la vez. Los hechos son hablados por los actores políticos; entonces lo más racional, de acuerdo con la teoría del voto retrospectivo, es que lo único que puede ser evaluado de una forma más o menos racional es la economía, es el contexto económico. Funciona como un atajo cognitivo. Yo no puedo conocer todo lo que hace un gobierno, pero puedo conocer cómo está la economía y, particularmente, cómo está mi economía. Y ahí se produce el vínculo de la atribución de la responsabilidad de esas dos cosas. Porque tampoco la economía o el precio de la leche dice “esto es responsabilidad del Gobierno”, pero existe una idea bastante generalizada de que hay atribución de responsabilidades: si las cosas están mal, el Gobierno tiene algo que ver con ese malestar o es coautor, cómplice o no lo pudo corregir.

Entonces la economía es el atajo cognitivo. Si la economía está mal, esto es porque el Gobierno hizo mal las cosas; y si hizo mal las cosas, de acuerdo al voto retrospectivo, “Next”. Hay dos opciones: “Siga, siga” (reelección) o “Next” (fracaso electoral). Bajo esta premisa el protagonista exclusivo de una elección es el Gobierno: hay un gobierno que hizo las cosas, la sociedad evalúa cómo las hizo y la sociedad decide si convalida su continuidad o lo reemplaza por la principal alternativa opositora.

En ese esquema, que, insisto, es tradicionalmente bastante caro a los hábitos teóricos de quienes gobiernan porque supone una relación transaccional, votos a cambio de soluciones, no hay interferencias ideológicas. Todo el registro tecnocrático gerencial se lleva bastante bien con este marco teórico. La gente vota con el bolsillo y punto.

FIDE: ¿Qué estrategias fue desplegando el Gobierno en este contexto?

IR: El Gobierno ha hecho bastantes esfuerzos para desarmar esta regularidad del voto económico. Lo que hizo durante el primer año fue bastante audaz: romper la idea de atribución de responsabilidades. O sea: si las cosas estaban mal, el objetivo era que ese enojo se desviara hacia otras causas. Uno podría decir que todos los gobiernos hacen eso, pero este Gobierno lo ha hecho de manera muy sistemática. El primer año fue “la pesada herencia”; independientemente de la discusión sobre cuál fue el punto de partida, lo importante es la construcción discursiva. No significa que lo que dice el macrismo es mentira o engaño, pero es una construcción discursiva orientada a que el malestar no se traduzca en una hemorragia en la popularidad del respaldo, de la competitividad del Gobierno.

Durante primer año de la gestión Cambiemos ocurrió algo muy original: las percepciones económicas se deterioraban a gran velocidad y, sin embargo, esa dinámica no arrastraba la evaluación del Gobierno. Eso ocurrió en el 2016 y hasta el recreo keynesiano del 2017. Fue un largo año y medio de malestar… porque ahora estamos muy concentrados en el malestar actual porque sedimenta, pero el primer año de la gestión Cambiemos fue un año muy malo; la inflación estuvo por el 40%, las percepciones económicas se habían desplomado y, sin embargo, el gobierno conservaba un umbral de respaldo muy alto.

¿Cómo se explica ese respaldo en aquel contexto? El discurso oficial que produjo este desacople se puede resumir más o menos así: “estamos mal, pero esto es responsabilidad de otro”. Es algo que tiene que ver mucho con la naturaleza de la política. En política hay que ponerle sentido a las cosas, y es allí donde actúa con fuerza la comunicación política: no alcanza con que la gente la esté pasando mal. Para que se produzca la conexión entre ese malestar y la respuesta electoral se tienen que dar otras condiciones. Hay una tarea ideológica que tiene que ver con la representación de las causas de ese malestar, de las responsabilidades, etcétera. Ese es el territorio de percepciones sobre el que actúa la comunicación política.

En este sentido, durante el año 2017 hubo en la oposición una cierta inocencia economicista: con las boletas de los servicios públicos con tarifas actualizadas (y su impacto en el bolsillo familiar) alcanza para ganar elecciones. Pero no alcanza. Falta un poquito más. Y eso que hay que agregar tiene que ver con el sentido político de ese malestar económico. Dicho de otro modo, no alcanza con contarle a la sociedad que la está pasando mal.

Un poco más adelante en la gestión de Cambiemos apareció el discurso en torno al “contexto externo adverso”. Pasamos de la pesada herencia al mundo que no anda bien. Tomar el contexto para suspender responsabilidades, “la lira turca”, Brasil, la pelea entre EE.UU. y China… esas cosas. Obviamente, el mundo es lo que nos cuentan. Esto es muy importante también, que ese afuera es lo que nos cuentan. La primera reflexión sobre la opinión pública fue un libro muy lindo de hace como 100 años que decía que nunca vamos “al mundo”. El mundo es el mundo que nos cuentan, que se nos cae encima, el mundo al que volvemos, el mundo que nos respalda, el mundo… el mundo es el otro. Entonces el mundo actúa también como una coartada, como una construcción que podría resumirse en “pasaron cosas”.

El Gobierno hace un gran uso del mundo como dispositivo discursivo ¿Cuáles son los usos discursivos del mundo en el Gobierno? Bueno, a veces es que el mundo nos respalda y eso implica prestigio internacional. Como si formáramos parte de algo. Y eso transfiere aspiracionalidad, jerarquía. Ese es un uso discursivo del mundo. El otro es como rueda de auxilio para amortiguar algunos castigos: el mundo se nos cayó encima, el mundo no está del todo bien y eso nos afecta. Pero no se trata de un engaño; es una cosa un poco más complicada, es una cierta interpretación del contexto. A esto se suma el contrapunto entre eficiencia electoral y eficiencia ética. Y no sólo ética. Cambiemos es un ejemplo: todo gobierno se reencuentra con sus promesas. No es sólo una cuestión moral, sino que en algún momento esas promesas regresan.

Para retomar el tema del voto económico o voto retrospectivo o “racional”, entre comillas, se trata del principal problema que enfrenta el Gobierno. Cómo ganar una elección en este entorno económico, con este desempeño económico.

El Gobierno ha hecho un montón de cosas para tratar de desenganchar el presente económico del voto. Esas construcciones no han detenido la sangría electoral, pero lograron estabilizar un piso de apoyo al Gobierno. En mi opinión, este Gobierno comunica mejor cuando está mal; porque si fuera por su desempeño económico, su imagen se tendría que haber evaporado como la de Temer o la de Macron. En cambio, aquí, el Gobierno sigue teniendo una intención de voto relevante. Dicho mal y pronto: no vemos al presidente produciendo buenas noticias y, sin embargo, Macri todavía tiene un piso de acompañamiento importante.

¿Cuáles fueron esas cosas que el Gobierno hizo para para evitar la fatalidad del voto económico? Hizo varias cosas que ya fuimos enumerando: la pesada herencia, la lira turca, la búsqueda del contexto. Pero ahora están buscando algo diferente. Permítanme una escenificación para explicar este nuevo despliegue discursivo. Hoy nuestro “pariente macrista”, en la sobremesa del asado habla poco, porque es difícil socialmente defender un voto a Macri hoy, porque en esa sobremesa ahora se está hablando más de economía que de política. En esa sobremesa está el relato del primo kiosquero que cerró, del cuñado que no pudo pagar el garaje... Y al final de esa sobremesa, decir que vas a votar Macri suena contradictorio. Entonces la tarea es reparar esa racionalidad quebrada, esa disonancia cognitiva. El Gobierno le está entregando a ese votante algunos guiones para sobrevivir a esa sobremesa.

Es un dispositivo parecido al que se utiliza en el fútbol. Cuando a tu equipo le va mal, ahí es cuando se fideliza la lealtad. Los cánticos, el lenguaje, la liturgia hablan de qué pasa cuando perdés, cuando perdés seguís adelante, te hacés más hincha, aguantás los trapos. En el fútbol hay todo un orgullo del sostenimiento de la lealtad en el fracaso.

Así que el Gobierno tomó esta pista para empezar a construir algún sentido del fracaso, algún sentido virtuoso del fracaso. Y ahí aparece el voto moral. El voto con retorno moral, el voto con utilidades morales, que le da un guion también al pariente macrista en esa sobremesa del asado del domingo.

Como parte de este dispositivo, el Gobierno también les otorga un protagonismo inédito a personas enojadas, a personas que la están pasando mal. Allí el Gobierno me parece que intenta hacer una “digestión controlada de la decepción política”, intenta delinear una lógica según la cual esa decepción no debería o no tendría necesariamente que conducir a una deserción electoral. El voto moral, el voto con utilidades morales, aparece como forma de articular un comportamiento, una opción de mayor estatura moral, que piensa en el largo plazo y no en la cortita. Se trata de construir una mirada alternativa según la cual mi voto no es por mí, porque en realidad “a mí me iba mejor antes, pero…”. Como si estuviera actuando un voto astuto, de mayor estatura moral, con utilidades éticas: me está yendo mal, sin embargo, pese a eso sigo apostando por Macri o sigo evitando ser seducido por el bienestar populista, por el bienestar tramposo. Porque sería el bienestar con trampa.

Para cerrar mi respuesta, me parece que el Gobierno está trabajando en este contexto económico tan adverso con estas estrategias: el voto moral y la digestión controlada de la decepción. La campaña del miedo (“si gana el kirchnerismo vamos a ser Venezuela”) es otra vía que el Gobierno utiliza para sostener su competitividad electoral. Antes utilizó el pasado (la pesada herencia, todo lo que encontramos mal, lo que se robaron) y ahora el trabajo es empezar a reescribir el futuro. Se comienza a escribir un futuro sombrío, que es la campaña del miedo, que trata de amputar las ventajas comparativas que tienen el kirchnerismo y el peronismo, que provienen de su capacidad para asegurar un mayor bienestar económico.

FIDE: ¿Cómo juega la ancha avenida del medio en este escenario? Se habla mucho de ese espacio que podría representar el cansancio acumulado por la grieta.

IR: Esos sectores despiertan alguna expectativa y está la idea de que la grieta produce sed de antigrieta. Como la grieta produce cansancio y hartazgo social, entonces se genera una cierta búsqueda por un producto antigrieta. Esta hipótesis tiene su complejidad y sus contradicciones. Porque si hay grieta, no hay sed antigrieta, justamente porque hay grieta.

Más allá del término grieta, lo que existe es una sociedad con un marcado contraste ideológico, radicalizada emocionalmente, que da lugar a una pelea de tonos altos y agresivos. Si ese es el modo anímico en que se da la discusión política, parecería que no hay sed social de antigrieta. Por otra parte, la idea de la antigrieta ya fue ensayada varias veces. Se trata de una idea bastante utilizada, bastante transitada y que hasta ahora no ha tenido un gran resultado electoral. ¿Y por qué no ha tenido mucho éxito? Vienen fracasando los Massa, Stolbizer, Randazzo, Lousteau. Por izquierda, por derecha, más cerca del Gobierno, más cerca de la oposición, muchas figuras jugaron a encontrar una posición que los ubicara por fuera de la grieta. Ninguna tuvo un destino electoral del todo exitoso. Y, en mi opinión, el problema no está en la oferta (en la candidata o el candidato), sino en la demanda, es decir, en el tamaño electoral de esa porción que está por fuera de la grieta.

A esta dificultad se le suma otro aspecto complicado y quizás más interesante. Esta estrategia del centro supongo saber qué es “el centro”. Aquí podemos volver sobre la idea del mapa y el territorio. Por un lado, están los que caracterizan a esta sociedad como dos mitades; y luego aparece esta idea según la cual en el centro hay un montón de gente que no pertenece a ninguno de esos dos espacios mayoritarios. Para mí el problema de ese “centro” es que en verdad no sabemos si están en el centro, es decir, si están equidistantes de Macri y Cristina. Aparece la imagen del centro, del medio, de personas equilibradas, más racionales, que podrían ser, según el tema en discusión, un poco kirchneristas y un poco macristas; son más mesurados, están en el medio de la discusión. Pero nunca nadie demostró que haya un continente central de la opinión pública homogéneo que está en el medio, o sea entre el kirchnerismo y el macrismo, un conjunto de personas con cierta moderación ideológica, con cierta simetría. Para graficarlo mejor, creo que podemos pensar que una persona a la que no le gusta el kirchnerismo y tampoco el macrismo representa una configuración con un alto grado de escepticismo. Me imagino a esta persona, con un rifle, subida al techo de su casa. Lo que me interesa discutir es que este conjunto de personas esté en el medio, que represente la moderación, la racionalidad.

En mi opinión, si no te gusta ni el kirchnerismo ni el macrismo, es posible que estés mucho más enojado que esos dos sectores. Ese universo, poco estudiado, está más en la antesala de la anomia. Creo que ese universo se caracteriza más como una heterogeneidad construida con gente que está un poco a la izquierda del kirchnerismo, un poco a la derecha el macrismo, abajo del macrismo, arriba del kirchnerismo… es decir que es un archipiélago muy fragmentado. Por eso yo caracterizo a ese espacio del centro como un pantano.  Es imposible construir en este pantano… si te parás ahí, el pantano te traga. 

Por eso a los distintos candidatos que tuvieron como objetivo este pretendido “centro” les resultó (y les resulta) muy difícil construir representación política. El pantano se fue tragando estas experiencias, incluso con candidatos que tenían todas las condiciones para traccionar.

En contraposición, el kirchnerismo, aún en su peor momento (que fue el mejor momento de Macri), sostuvo su porción electoral. Y eso es así porque se trata de un espacio construido sobre bases más sólidas. El mismo análisis se le aplica al macrismo: se les terminó la primavera, están transitando el invierno de la gestión y sin embargo es evidentemente que su construcción es sobre bases más sólidas, porque sigue con una porción importante del electorado encolumnada bajo su proyecto.

A la imagen del pantano como un espacio donde es imposible construir le quiero sumar otra imagen, la del espejismo. Cuando falta mucho para las elecciones crece de manera ilusoria el tamaño electoral de ese espacio del centro, del que dice que no sabe a quién va a votar. Luego empieza la discusión y ahí se centrífuga, y en ese espacio del medio que se veía tan suculento no queda nada. Resumiendo, la existencia de una posición en el centro que podría capitalizarse electoralmente es una hipótesis no verificada. Por eso, tiendo a pensar que éste es un partido de dos y no un partido de tres.

FIDE: ¿Cómo se ha transformado el panorama político-electoral a partir del anuncio del binomio Fernández -Fernández?

IR: Creo que para interpretar lo que vivimos hoy, es decir, el anuncio de la candidatura de CFK como vicepresidenta de una fórmula cuyo candidato a presidente es Alberto Fernández, es útil y necesario ir un poco hacia atrás. Tenemos que volver al 2017 y reinterpretar ese resultado, como origen de la actual fórmula. El resultado de aquellas elecciones (parlamentarias) admitió diversas lecturas; la más evidente –pero algo engañosa, o al menos insuficiente– sostenía que “el Gobierno ganó y Cristina perdió”. Pero Cristina Fernández no solo “perdió” sino que, al mismo tiempo, ella ganó la interna peronista que se desarrolló a cielo abierto. Desde entonces, todos los actores políticos hicieron un aprendizaje y metabolizaron aquel resultado: el peronismo dejó de insistir con la idea del techo electoral de Cristina, y el kirchnerismo o Cristina ensayó otro abordaje del peronismo.

Como producto de ese resultado, también desapare-cieron dos palabras: renovación (que era la palabra con la que el peronismo organizaba sus deseos postcristinistas) y traidor (o traición, que era la manera en que el kirchnerismo le devolvía al peronismo sus intenciones de jubilarla). El resultado de este proceso es que, aún antes del anuncio de la fórmula, se evidenciaron los primeros resultados de un trabajo político hacia adentro del peronismo que fue generando que distintos gobernadores e intendentes pasaran a sostener una eventual candidatura de Cristina. Ellos fueron, de hecho, los primeros en sostener su candidatura, ya que los intendentes tienen una especie de principio de realidad mucho más entrenado. Cristina entonces empezó a coser, reconstruir el archipiélago.

El silencio de Cristina —que termina de suspenderse con el anuncio de la candidatura Fernández-Fernández—puede ser interpretarlo de varias maneras. La primera de ellas es aquélla según la cual el silencio mejoraba a Cristina. Uno podría pensar también que el silencio fue la manera en que ella rompió la complicidad involuntaria con el macrismo (por la cual el mecanismo de la “grieta” les asegura protagonismo excluyente a ambos; centrifugando cualquier avenida intermedia). Y, por último, está la hipótesis (hoy confirmada) de que el silencio tiene que ser descifrado como el entendimiento de la propia Cristina respecto a que no tenía que ser protagonista electoral, es decir centro de gravedad del framing imperante durante la campaña de 2019. El “único” protagonista sería el Gobierno (y aquí de alguna forma vuelvo al voto retrospectivo), para que la sociedad evalúe, juzgue y vote por su desempeño.

El protagonismo de Cristina tiene un atributo: que es un protagonismo excluyente. Cuando Cristina es protagonista, cambia la iluminación de la sala. Entonces Cristina dejó de convalidar esa complicidad involuntaria y empezó a hacer política. ¿Qué se dijo siempre de Cristina? Y se lo decía con intencionalidades o pretensiones de índole psicoanalítica o psiquiátrica: “ella necesita el protagonismo público, el protagonismo mediático, y por eso ella sería incapaz, primero, de hacer política”. Porque Cristina “no hacía política”. Y segundo, que sería incapaz de dejar de estar iluminada y en el centro de la escena. Creo que Cristina en este último año hizo política y dejó de estar bajo los faroles bajo las cámaras. Eso desafío muchos de los prejuicios que existen en la dirigencia, en el peronismo y en el periodismo. No es que antes no lo hiciera, pero se dedicó a concentrar los esfuerzos sobre el tejido político que eventualmente podría sostener su candidatura.

Tal repaso nos sirve para pensar el binomio Fernández-Fernández no como un rayo en un cielo estrellado, sino más bien como un desenlace “natural” del camino que se viene transitando desde la derrota de 2017. Al respecto, la elección de Alberto Fernández –y la ubicación de Cristina en el lugar de vice– puede ser pensada como un texto, como una decisión que hay que leer, interpretar. A su vez, el candidato elegido es, también, la estrategia trazada. Asimismo, la selección del candidato tiene un aspecto especialmente atractivo: nadie anticipó el movimiento. Se trató de una decisión repleta de audacia y por tanto de riesgos. Pero una decisión no detectada por los radares del marketing y del Big Data. En relación a la estrategia subyacente, se desprenden por ahora dos elementos: uno actitudinal y otro político. El político se orienta al esfuerzo por establecer una candidatura que optimice las posibilidades de convergencia opositora o peronista. La dimensión actitudinal alude una suerte de desplazamiento hacia el centro, aunque usaría este término con muchos reparos. En cualquier caso, Cristina consolidó su vigencia desde el silencio y, al romperlo, comunicó una decisión que podría abrir una etapa donde tal vigencia podría sufrir desplazamientos. Pero es temprano para aventurar conclusiones o pronósticos. ¡El partido recién empezó!

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