
La etapa de la reconstrucción
Si hay una palabra que se ha repetido en estas editoriales en estos cuatro años, es “neoliberalismo”. Sintetiza, a nuestro entender, la naturaleza del proyecto económico, político, social y cultural que se buscó consolidar desde fines de 2015.
Como era previsible, el derrotero de esta nueva oleada neoliberal fue el mismo que el registrado en los ensayos anteriores. Sin embargo, a la hora de interpretar la celeridad de su fracaso y la imposibilidad para construir hegemonía no se encuentra una explicación única. Se combinaron una serie de circunstancias que precipitaron su desenlace crítico y frustraron la aspiración refundacional que alentaba el proyecto macrista.
Pensamos que el Gobierno saliente hizo una pésima lectura del contexto internacional y, con un dogmatismo extremo, desplegó una desregulación comercial, financiera y cambiaria claramente inconsistente con la actual fase del ciclo de este capitalismo de globalización financiera. Tal opción financiarizó rápidamente nuestra economía, intensificando hasta niveles críticos la restricción externa –génesis, una vez más, de la profunda crisis macroeconómica y social que deja como legado al nuevo Gobierno–.
Cambiemos subestimó además los anticuerpos que gran parte de la sociedad había generado durante la década larga kirchnerista en contra de las políticas de ajuste y recorte de derechos. A diferencia de lo ocurrido en muchos países de la región, el malestar contra el neoliberalismo (al menos, contra sus consecuencias) encontró en nuestro país el canal de la política, que se materializó en una alianza capaz de condensar la unidad en torno a un proyecto alternativo. El neoliberalismo se ha replegado, pero también ha logrado articular un espacio político relevante que no debemos subestimar.
El nuevo Gobierno enfrenta, en consecuencia, fuertes desafíos económicos, pero también políticos. En ambos casos, la capacidad para impulsar un acuerdo económico y social amplio, que involucre no solo a la dirigencia política, sino también social y económica –sindicatos, movimientos sociales, sectores productivos y empresarios, entre otros–, es decisiva. Articular las urgencias de corto plazo con las orientaciones de mediano y largo plazo tendientes a abordar los problemas estructurales del subdesarrollo requiere de consensos y compromisos muy fuertes de parte de tales actores.
Las herencias recibidas en términos de deuda financiera, social y deterioro del entramado productivo se conjugan con un contexto internacional y regional muy adverso. El desfiladero a recorrer es estrecho. En el corto plazo, armonizar la puja distributiva en un marco de estabilización de la economía y recuperación del crecimiento debería estar en el centro de la agenda del Acuerdo Social. En el mediano, esos consensos deberían incorporar cuestiones esenciales para garantizar la sostenibilidad del crecimiento, la industrialización y el empleo. Inversión, productividad, cambio tecnológico, distribución del ingreso, fuentes de acumulación son, entre otras, problemáticas que no pueden estar ausentes en el debate del desarrollo y la equidad.
En la etapa que se abre, y después de cuatro años de permanente confrontación con el proyecto neoliberal que concluye, desde FIDE queremos aportar a esos debates imprescindibles. El equipo que continúa con esta posta asume el compromiso de encarar esa tarea con la misma capacidad crítica y la misma coherencia con las ideas del desarrollo que han guiado desde sus orígenes los objetivos de esa Fundación.
Mercedes Marcó del Pont