Veronica Robert

(Tiempo estimado: 15 - 29 minutos)

“La transición energética y la nueva narrativa en favor de las políticas industriales representan una oportunidad para la Argentina. Para materializar esa oportunidad es necesario ganar poder de negociación, en base a nuestras reservas de recursos naturales críticos, y capturar parte de la renta para agregar contenido local, aumentar el valor agregado en las exportaciones e invertir en ciencia y tecnología.”

 

Verónica Robert es doctora en Economía y magíster en Economía y Desarrollo Industrial. Durante su carrera se ha especializado en economía de la innovación, cambio tecnológico y desarrollo económico, tópicos que hace décadas nuestro país visita y revisita con resultados variopintos.

Verónica es investigadora del CONICET, dirige la Maestría en Desarrollo Económico de la Universidad Nacional de San Martín y es profesora de posgrado en dicha universidad.

Entre 2022 y 2023 fue Subsecretaria de Estrategia para el Desarrollo de la Secretaría de Asuntos Estratégicos de la Nación, lugar desde el cual impulsó la estrategia de desarrollo de la economía del hidrógeno y un proyecto integral de industrialización del litio y de la electromovilidad en la Argentina. Esta experiencia es crítica para identificar las oportunidades y los desafíos que la transición a tecnologías con menor impacto en el ambiente supone para nuestro país.

Nos interesaba conversar con Verónica respecto de las claves actualizadas de un programa de desarrollo industrial nacional que, en la opinión y tradición de FIDE, sigue siendo el camino que nos podría conducir a una sociedad más justa y soberana.

 

FIDE: ¿Cuáles son, en el actual contexto internacional, regional y nacional, las condiciones para una reindustrialización exitosa de la Argentina?

Verónica Robert (VR): En mi opinión hoy tenemos un contexto difícil, pero favorable, para plantear un plan de desarrollo de nuevas capacidades industriales en la Argentina. En el plano internacional se ha presentado un cambio de narrativa. Luego de décadas en las que “la mejor política industrial era no tener política industrial” y donde la eficiencia era la única variable relevante, hoy el mundo atraviesa un período en el que se ha revalorizado el rol del Estado como un actor fundamental para dar respuesta a los desafíos en materia de autonomía estratégica, seguridad y resiliencia, en el marco de una reconfiguración de las cadenas de valor que se fueron construyendo a lo largo de décadas de globalización de la producción. Hemos pasado de una situación en la que lo mejor que se podía hacer en materia de política industrial era no hacer absolutamente nada y que los mercados decidieran qué y dónde producir con la mínima intervención estatal posible, a un mundo que se pregunta —y opera en consecuencia— por la eficacia y por la prosperidad, léase por la generación de empleo, el desarrollo y control de las nuevas tecnologías y por la generación de formas de producción con menor impacto en el ambiente.

En resumen, el cambio en la narrativa, desde una mirada únicamente enfocada en la eficiencia a otra donde el bienestar, la seguridad, la resiliencia y las capacidades para desarrollar los nuevos productos y servicios, representa un contexto favorable para que nuestro país vuelva a pensar un plan de desarrollo. El cambio de contexto no quiere decir que se trata de una tarea sencilla, pero, sin duda, es más propicio que otros contextos que hemos vivido por la legitimidad que hoy tienen estas discusiones.

 

FIDE: ¿En qué momento y circunstancias se ha producido este cambio en la narrativa en torno a la importancia de la política industrial y el rol del Estado en el desarrollo?

VR: Este giro de la narrativa desde la eficiencia hacia la prosperidad aparece en una serie de documentos en la Unión Europea y en los Estados Unidos hace ya algunos años, producto de la disputa tecnológica y del surgimiento de las capacidades de innovación en Asia, y se refuerza luego del impacto de la pandemia y la guerra en Ucrania.

Un poco antes de la crisis del 2008/2009 aparecen inquietudes que dan lugar a las condiciones para este cambio de visión. El telón de fondo de estas inquietudes está dado por el proceso de desindustrialización de las economías centrales. En los Estados Unidos, en la Unión Europea, en otros países desarrollados como Canadá, Australia, Japón, incluso en Corea, se han perdido capacidades industriales.

Y junto con la pérdida de esa capacidad manufacturera se han presentado más dificultades para las clases medias que, producto de la compresión de los salarios, han tenido que recurrir crecientemente al crédito para poder solventar sus gastos y, por lo tanto, a la par de la pérdida de empleo industrial y de salarios más bajos, se ha generado un incremento muy notorio del endeudamiento de las familias, con un nuevo impacto en el ingreso familiar. Hay muchos artículos referidos a este tema que se resumen en el “malestar en la globalización” que tuvo consecuencias políticas y sociales en los países desarrollados.

La pandemia y la guerra terminan de instalar y reforzar la idea de la prosperidad, el valor de lo nacional, del control del territorio y la soberanía. Las interrupciones en los canales de suministro, el incremento de la inflación, la caída del empleo, la incertidumbre y los problemas en la producción que se produjeron en la pandemia pusieron de manifiesto que producir en tu territorio algunos bienes y servicios tiene un valor estratégico. Podemos decir que la pandemia y la guerra han sido los últimos desencadenantes de este cambio de narrativa que se venía gestando desde mucho tiempo atrás.

 

FIDE: Entonces, luego de la pandemia y de la guerra se ha intensificado la narrativa en torno al valor de la prosperidad, de la generación de empleo, de la innovación y del control de las nuevas tecnologías en detrimento de la eficiencia como única variable para las decisiones de inversión y producción

VR: Ciertamente. De acuerdo con el criterio de la eficiencia, todos los autos eléctricos y todas las baterías deben ser producidos en China. Si utilizáramos únicamente el criterio de eficiencia, la Unión Europea no debería producir ni un solo auto. Todos deberían producirse en China. Pero las decisiones no se toman únicamente en base a la eficiencia, sino que existe una tensión en torno a dónde se genera el bienestar, dónde se vive mejor y a la relación entre el desarrollo industrial, entendido en sentido amplio, por supuesto, incluyendo los servicios, y la capacidad de los países de generar empleo y buenos salarios. Este giro ha posibilitado que hoy la política industrial esté más justificada que nunca, y esto le otorga la legitimidad que siempre debió tener. Hoy en el mundo ya nadie discute la necesidad de una política industrial y científico-tecnológica como parte esencial del quehacer del Estado-nación e incluso de los Estados provinciales y/o las regiones dentro de un país.

Hay también una creciente tensión hegemónica por el control y el desarrollo de estas “nuevas” cadenas de valor. En los Estados Unidos podemos identificar dos etapas: la etapa de Biden, con la famosa Inflation Reduction Act (ley de reducción de la inflación), que representa el mayor paquete fiscal en la historia de los Estados Unidos para estimular y liderar la transición energética. En la segunda etapa, aparece la “guerra comercial” de Trump. En ambos casos el subtexto es claro: la producción debe volver a instalarse en los Estados Unidos. Vuelvan a producir autos, baterías, acero, aluminio, chips y muchos otros productos en su territorio, esa es la señal que envía el Estado norteamericano a través de distintos instrumentos. Hay una urgencia manifiesta por restablecer capacidades industriales en el territorio. Se trata del principal marco interpretativo para entender la política industrial norteamericana.

La Unión Europea, por su parte, ha desarrollado un relato en torno a la idea de establecer al bloque como un líder en materia de transición energética, reflejando una preocupación de su población respecto del deterioro ambiental. El objetivo es dominar las nuevas cadenas de valor que se generan con la transición. A la par de las nuevas regulaciones para la producción en Europa que favorecen las tecnologías con menor impacto en el ambiente, se despliega un cuerpo entero de medidas comerciales restrictivas para asegurar que las importaciones no podrán competir con la cancha inclinada a su favor, por ser producidas en países donde las exigencias ambientales son más laxas.

Al mismo tiempo, estas nuevas regulaciones protegen los mercados internos, el mercado interno europeo. Conceptos como el impuesto al carbono en frontera son un buen ejemplo de la forma en la que, al mismo tiempo, se estimula el desarrollo de nuevas formas de producción, productos y servicios y se cuida o protege el mercado para la producción local. En igual sentido opera el reglamento europeo sobre productos libres de deforestación. Esta normativa pretende establecer criterios para que la industria europea que afronta mayores costos por la descarbonización no tenga que competir en desventaja con, para citar un ejemplo concreto, acero importado que no cumple con los mismos estándares ambientales. Más allá del objetivo de fondo —reducir el impacto en el ambiente— y el verdadero apego a esta idea o no, lo cierto es que todas estas reglamentaciones operan como una nueva política industrial europea. Se protege el territorio, los recursos, la salud de las personas y los animales y se protege también el mercado interno, el salario y el empleo.

Hay un contrapunto, una divergencia entre lo que plantean los Estados Unidos –que tiende, sobre todo durante las presidencias de Trump, a un mundo sin reglas, incluso sin la Organización Mundial de Comercio (OMC)– y la posición de la Unión Europea, que apuesta a un mayor compromiso climático y también al multilateralismo, donde lo ideal es un mundo con reglas.

Por último, tenemos el tercer bloque, China. China es el principal emisor del mundo. China es el país que más carbón consume en el planeta y es el que mayores emisiones genera y, sin embargo, también es un país que invierte una cantidad enorme de recursos para el desarrollo de tecnologías con menor impacto en el ambiente. Entonces, China es, al mismo tiempo, el país con mayores emisiones en el mundo y también controla todas las cadenas de valor de las energías limpias. China tiene el 90% de la producción de baterías, el 60% de la producción de autos eléctricos y el 55% de la producción de aerogeneradores. También controla más del 95% de la producción de paneles solares y de las celdas fotovoltaicas. Mientras Trump dice que quiere irse del Acuerdo de Paris, Xi Jinping promete aumentar los compromisos ambientales de China.

 

 

FIDE: En esta apuesta por la transición energética y, más en general, por las tecnologías “limpias” o con menor impacto en el ambiente, se juega entonces la posibilidad de liderar la producción de todos los nuevos productos y servicios...

VR: Efectivamente, lo que está en juego es un nuevo paradigma tecno-productivo. Cada etapa histórica tuvo su paradigma, su salto tecnológico, en la primera revolución industrial, en la segunda revolución, más tarde en el fordismo. Cada etapa histórica tiene un paquete tecnológico que la describe, que la condiciona y en la que hay ganadores y perdedores. Incluso en los países periféricos (o no centrales), como es el caso de la Argentina, en la década del ‘50 fue crítico el desarrollo de la industria automotriz porque el automóvil fue un elemento clave del paradigma de aquel momento.

Para producir automóviles había que poder desarrollar un conjunto de competencias industriales y tecnológicas que servían no solamente para la industria automotriz, sino para todo el entramado productivo nacional. Muchas empresas proveedoras de terminales automotrices también fabricaban partes y piezas para la maquinaria agrícola o estaban relacionada con el equipamiento en la industria de alimentos. El desarrollo de proveedores también fue clave. Nos encontramos entonces en una de esas coyunturas históricas donde el paradigma tecnológico está girando. Cuando gira el paradigma, algunas tecnologías e industrias entran en declive y otras surgen y se expanden. Asociado a este proceso, por supuesto, se genera destrucción y creación de empleo y también son momentos históricos de aumento de la tensión y de la disputa entre países y regiones, que buscarán posicionarse en las cadenas con mayores oportunidades de acumulación.

 

FIDE: En este contexto de cambio de paradigma tecno-productivo, ¿existen oportunidades para un país como la Argentina?

VR: Ciertamente, la pregunta crítica para la Argentina en este momento es cómo poder participar en este nuevo paradigma, poder identificar las oportunidades y desarrollar las nuevas capacidades. No se trata de una pregunta retórica y tampoco de algo que podamos soslayar o ignorar. Si no pensamos cómo hacerlo, tarde o temprano nuestra producción quedará obsoleta y nuestros trabajadores y trabajadoras tendrán menos oportunidades de empleo. Tenemos que recordar, además, que para el desarrollo de nuestra industria es clave el mercado ampliado que supone el Mercosur, necesitamos poder vender nuestros productos en otros países, en otras regiones. Dicho de otro modo, no tenemos opción: tenemos que pensar “en y con” la región y tenemos que pensar en los nuevos productos, servicios y sectores porque allí se generará el empleo de calidad. 

Querría volver al inicio de esta entrevista. Por un lado, tenemos este nuevo paradigma tecno-productivo y un nuevo mapa de oportunidades a través del cual podríamos intentar una inserción distinta, con mayor valor agregado argentino. Por otro lado, tenemos, como ya conversamos, un cambio en el discurso, en la narrativa, respecto del rol del Estado y de la criticidad de la política industrial y científico-tecnológica en esta etapa.

Para ser honesta respecto de mis cavilaciones en cuanto a las oportunidades de la Argentina, diría que hay días en que soy optimista y hay días… en que soy pesimista.

Por un lado, el nuevo discurso respecto de la necesidad de políticas industriales nos abre posibilidades. Sin embargo, esto no quiere decir que, porque la política industrial ya no está vedada en los textos y los principales foros de discusión, estamos en condiciones de pensar y desarrollar una nueva política industrial. Vamos a tener dificultades para hacer política industrial, tanto por factores externos como por factores internos.

Básicamente se va a potenciar la competencia por esos “espacios de política”. Permítanme poner un ejemplo para que se entiendan las dificultades que se nos presentan: si la Argentina decidiera reemplazar toda su matriz energética por eólica (no me interesa discutir aquí si eso conviene o no, solamente lo quiero utilizar como un ejemplo), entonces nuestro país se convierte inmediatamente en un nuevo mercado para una serie de bienes y servicios necesarios para generar toda la energía en base al viento, es decir, somos un nuevo mercado para los tecnólogos que producen aerogeneradores, es un mercado importante, en un territorio amplio. Y unos cuantos países van a querer aprovechar este nuevo mercado. Dinamarca, con la empresa Vestas Wind System, Alemania a través de Siemens, los chinos a través de Goldwind. Hay una lista de países con capacidad de manufactura ya instalada y funcionando en la producción de aerogeneradores que están esperando la transición de otros países para colocar sus productos en estos mercados.

Dicho de otro modo, las políticas ambientales sin políticas industriales son el camino a una mayor dependencia tecnológica y pérdida de capacidades productivas. Sin embargo, esto no quiere decir que simplemente tenemos que negarnos a la transición verde, porque como ya dijimos esto nos conduce a un escenario de obsolescencia y caída pronunciada de la productividad y la competitividad. Al mismo tiempo, no podemos perder la oportunidad de avanzar sobre los sectores que conforman el nuevo paradigma tecno-productivo; en el ejemplo que estamos conversando, la transición de la matriz energética debería funcionar como una oportunidad para producir algo de los bienes de capital necesarios aquí, en la Argentina. Desaprovechar esta doble oportunidad es un pecado…

Hay que tener bien claro que estas son las industrias donde los mercados globales van a ser más grandes y dinámicos, los mercados domésticos van a ser más grandes y es hacia donde tenemos que orientar a nuestra industria. Pero, así como no cabe ninguna duda de la necesidad y de la oportunidad estratégica respecto de esta transición, tampoco cabe ninguna duda respecto de las dificultades que implica el desarrollo de una política industrial eficaz para un país como el nuestro.

 

FIDE: En particular en el caso argentino, ¿cuáles son los sectores que podrían funcionar como vectores de transformación y ser eficaces para el desarrollo?

VR: En este contexto global, las oportunidades para nuestro país están vinculadas con la oferta de recursos críticos. En la transición hacia tecnologías con menor impacto en el ambiente, estos materiales pueden hacer la diferencia y dejarnos en una mejor posición negociadora respecto de las nuevas cadenas globales. Así como hubo una primera revolución industrial y un cambio de paradigma tecno-productivo donde aparecieron nuevas tecnologías, en la transición actual también se observan nuevas tecnologías. Las políticas de descarbonización y de seguridad energética han generado un escenario de disputa hegemónica global. Los Estados Unidos y China, también la Unión Europea…

Como ya explicamos, en la Unión Europea el proceso está traccionado por las políticas ambientales y por políticas industriales con las que busca una transformación estructural. En esta estrategia hay una necesidad de asegurar las condiciones de abastecimiento de estos recursos, y este abastecimiento debe darse de forma sostenida y continua en el tiempo. Porque acceder a estos recursos críticos en condiciones conocidas y previsibles es lo que permite disputar la carrera tecnológica. No se puede montar una nueva capacidad productiva si existen riesgos de abastecimiento de los insumos críticos, es decir insustituibles. Es decir, Estados Unidos puede fabricar baterías, pero si no garantiza el aprovisionamiento continuo de litio, la producción de baterías y de autos no logra las condiciones para poder capturar los nuevos mercados y disputarle a China lugar en las nuevas cadenas. Entonces, no solamente es una la cuestión de tener las inversiones en los sectores estratégicos, sino también de tener acceso a los mercados críticos en condiciones de seguridad de abastecimiento. Esto le otorga a la Argentina capacidad negociadora.

En esta transición hay una demanda específica sobre algunos recursos naturales, minerales críticos, como litio o tierras raras, pero no solamente minerales, también energías limpias, energías renovables, transformadas en insumos industriales limpios como urea o acero verde. La región y la Argentina en particular tienen esos recursos que debemos utilizar como palanca en las negociaciones para poder aumentar nuestra participación en las nuevas cadenas.

 

 

FIDE: ¿Y cuáles son las condiciones que debemos establecer en estas negociaciones, puertas adentro y afuera para que estos sectores se transformen y evitemos un nuevo ciclo de primarización?

VR: Hay dos caminos posibles para participar en estas cadenas. Podemos participar capturando renta o podemos participar agregando valor. Los sectores de los recursos naturales de los que estamos hablando generan una renta diferencial, una renta extraordinaria, proveniente de la calidad recurso.

Ofrezco un ejemplo. El litio que se extrae de los salares argentinos, el litio que se extrae del Salar del Hombre Muerto en Catamarca, tiene condiciones naturales que hacen que el costo de extracción del litio sea uno de los menores a nivel internacional, junto con el Salar de Atacama, donde operan los proyectos de SQM y de Albemarle, en Chile. En contraposición, el litio extraído de las rocas en Australia tiene un costo de entre un 70% y un 100% más elevado.

Esta diferencia de costo representa una renta diferencial para quienes extraen el litio en estas regiones. Y allí es donde es muy importante plantear qué hacer con esa renta. Chile ha logrado establecer un esquema de regalías móviles que llegan al 40% del valor de exportación, y con esos recursos ha buscado financiar la radicación de empresas que produzcan aerogeneradores y electrolizadores, para luego alentar proyectos de hidrógeno en la Patagonia chilena.

La otra posibilidad es participar en la cadena de esos minerales, pero no meramente en la extracción, sino buscando las oportunidades aguas arriba y aguas abajo dentro de esa cadena. Otra vez podemos utilizar el ejemplo de Chile, que ha establecido que el 25% del litio que se extrae de los salares en Atacama tiene que ser manufacturado en el país, buscando alentar empresas orientadas a la producción de materiales catódicos.

Otro caso interesante es el de Indonesia. Indonesia prohibió las exportaciones de níquel sin procesar. En República del Congo se han impuesto restricciones a las exportaciones de cobalto a comienzos de este año y en Zimbabue, uno de los nuevos jugadores en el mercado de litio, desde 2022 están buscando establecer condiciones a las empresas extractivas para que las exportaciones contengan mayor agregado de valor local, incluyendo la prohibición de exportaciones de material que contiene litio sin procesar. Luego de muchas críticas, hoy Indonesia se presenta como un caso exitoso, documentado incluso por el Fondo Monetario Internacional, dado que la prohibición de exportar ha estimulado la producción local. Vemos entonces distintas opciones para agregar valor y poder participar en las nuevas cadenas. La renta generada por los recursos críticos de este nuevo paradigma tecno-productivo es la que te otorga una capacidad negociadora particular.

El hidrógeno verde o de bajas emisiones también representa una oportunidad. Se posiciona como un nuevo combustible limpio. El hidrógeno es interesante porque se trata de un proceso a través del cual se transforma energía renovable y limpia, en una molécula con la cual se pueden manufacturar combustibles sintéticos para utilizar, por ejemplo, en los aviones. También se puede utilizar para descarbonizar sectores como la siderurgia o la petroquímica, incluyendo la producción de fertilizantes. En términos de energía renovable la Argentina también tiene condiciones favorables. El mapa de vientos en nuestro país nos pone en un lugar muy competitivo, hay lugares con mucho viento durante gran parte del año. En particular en la Patagonia, el potencial es enorme. En Europa un molino de viento funciona en promedio el 20% del tiempo, mientras que un molino en la Patagonia está en funcionamiento el 60% del tiempo. Es decir, un mismo bien de capital, una misma inversión, genera tres veces la energía que genera en Europa. Eso también implica un diferencial de renta. Y esa renta implica una capacidad negociadora para retener una parte de esa renta y lograr agregar valor, es decir, trabajo en nuestro país. Podemos aprender a fabricar combustibles sintéticos, a producir materiales catódicos, baterías.

En el caso de las baterías, China lleva la delantera; le sigue Estados Unidos y, luego, Alemania dentro de la Unión Europea. Por supuesto, hay muchos otros países que también producen baterías: Japón, Corea del Sur y muchos otros que aspiran a tener una producción fuerte asociada a la electromovilidad, como Turquía, Sudáfrica, Marruecos, países del sudeste asiático o India. Lo interesante es hacer la intersección entre la capacidad para producir baterías y las terminales automotrices que tiene cada uno de esos países. Se hacen baterías donde se producen autos. En América Latina tenemos terminales automotrices y, por ahora, no estamos produciendo baterías para la electromovilidad. Esto está a punto de cambiar por nuevas inversiones planeadas en Brasil…

 

FIDE: ¿En qué situación está Brasil? En el contexto del Mercosur, con grandes terminales automotrices y con una historia de complementación con la industria argentina, suponemos que es clave seguir su trayectoria…

VR: Brasil desplegó dos estrategias importantes: primero se puso como objetivo manufacturar autos eléctricos con baterías importadas y luego, utilizando celdas importadas, comenzó a ensamblar los packs de baterías en su territorio.

Hay otros países en América Latina que también están desarrollando planes en torno a la electromovilidad. Colombia tiene un plan de reindustrialización que incluye al sector automotor y al hidrógeno. Ecopetrol busca liderar la transición en Colombia, lo que es clave por el rol de esta empresa en la economía colombiana, incluyendo los ingresos fiscales. Y Claudia Sheinbaum, en México, también ha presentado un plan pensando fundamentalmente en la transición. Chile, aun sin industria automotriz, ha tenido anuncios de inversión para hacer material catódico, que es el paso previo a la producción de baterías.

Pongamos algunos números para ver la relevancia de trabajar en la cadena de valor de estos insumos críticos. Uno puede empezar por la minería y quedarse en la minería y va a capturar, aproximadamente, el 9% del valor generado en la cadena de las baterías. Ascender y pasar de producir carbonato de litio a material catódico implica capturar el 40% de dicho valor. Además, gran parte de las innovaciones para las baterías ocurren en la industria química en la producción de estos materiales. Mejores materiales hacen que una batería se cargue más rápido, dure más, no levante temperatura, tenga el doble de vida útil; es decir, la innovación se produce en esta instancia de la producción de la batería. Aprender a hacer esto, aunque no hagamos la batería entera, sería clave. Actualmente el mercado mundial de baterías genera unos 150.000 millones de dólares, pero podría en 2030 generar unos 500.000 millones. La Argentina actualmente participa, exportando carbonato de litio. En 2024 exportó unas 72.000 ton. a un precio medio de 9.000 dólares la tonelada (unos 650 millones de dólares). Es decir, participa con tan solo el 0,4% del valor total. Continuar con esta estrategia de participar solo exportando carbonato de litio, aun cuando el precio vuelva a niveles mayores, digamos en torno a 20.000 dólares la tonelada y aumentemos mucho las exportaciones, digamos de las 70.000 toneladas que vendemos actualmente a las 300.000 toneladas proyectadas, esto implicaría pasar a capturar el 1,2% del valor esperado de crecimiento a 2030. En cambio, si logramos retener una parte del litio en nuestro territorio y manufacturar baterías, podríamos aspirar a una porción mucho mayor.

Lo mismo podría decirse en el caso del hidrógeno. Si la Argentina se propone producir 5 millones de toneladas de hidrógeno al año (lo que representaría el 5% del mercado global de hidrógeno de 2050), entonces necesitaríamos 55 GW de generación de electricidad. Eso significa pasar de unos 800 aerogeneradores que tenemos actualmente a unos 9.000 o 10.000. Por supuesto, esto supone un incremento enorme para el mercado interno de bienes de capital nacional y eso, a su turno, es la atracción que podría ayudarnos a localizar inversiones productivas aquí. No solo tendríamos el viento, que ya vimos que es un viento más fuerte y estable, sino que podríamos participar en la manufactura de estos aerogeneradores.

 

FIDE: Tomando en cuenta estos ejemplos, productos y sectores, ¿cuáles son los elementos y los condicionantes concretos que deberíamos contemplar para desarrollar una nueva generación de políticas industriales y científico-tecnológicas eficaz?

VR: Un tema importante y complicado es el espacio fiscal que es necesario para el financiamiento de las políticas industriales. Nuestro país no puede desplegar el nivel de subsidios que los Estados Unidos o la Unión Europea utilizan para su desarrollo. Entonces, estamos obligados a pensar en otros instrumentos para, como ya dijimos, capturar parte de la renta e invertirla.

La renta extraordinaria que está detrás de estos recursos críticos nos da espacio para negociar políticas que nos permitan agregar valor.

Estoy obsesionada con simplificar la narrativa en torno a la política industrial. Para mí hay tres cuestiones que son clave: aumentar el contenido local, exportar con más valor agregado e invertir en ciencia y tecnología.

Hay nuevas cadenas y hay inversiones en torno a esas nuevas cadenas; ergo, tenemos que identificar inversiones aguas arriba de los recursos sobre los que hemos estado charlando, por ejemplo el litio, y agregarle contenido nacional. Aguas abajo también tenemos que agregar valor. El objetivo es no exportar carbonato de litio, sino material catódico. Esta inversión, este vector es importantísimo, porque el cátodo está en el centro de la batería que, a su vez, es el centro del nuevo paradigma tecno-productivo. Entonces, si bien todos los sectores industriales son bienvenidos y generan productos y servicios y dan trabajo, hay sectores en torno a los cuales hay un proceso de aprendizaje, generación de capacidades y nuevos productos mucho más relevantes.

Los recursos que tenemos tienen que ser invertidos en estos sectores; no en toda la industria, en forma horizontal. Y a la par, hay que estimular en toda la cadena la inversión en investigación y el desarrollo. Nuestra red de universidades nacionales, el CONICET, entre muchas otras instituciones, delimita un entramado de masa gris que podemos alinear con estos objetivos.

Resumiendo, cuando hablamos de política industrial hay que tener un mensaje claro: las inversiones deben tener contenido local, los productos/insumos críticos tienen que ser exportados con valor agregado y tiene que haber investigación y desarrollo para que estos objetivos no sean meramente declamativos.

Por último, las empresas públicas son fundamentales en esta estrategia, como lo demuestran casos muy cercanos como el de Chile. Por supuesto, vamos a tener obstáculos. Obstáculos de afuera y de adentro.

Los obstáculos de afuera provienen de nuestra debilidad fiscal y los altos niveles de endeudamiento. Como ya conversamos, ahora hasta el Fondo Monetario Internacional (FMI) habla de política industrial y, como no podía ser de otro modo, pone condiciones sobre las políticas industriales eficaces. Básicamente, el FMI dice que no todos los instrumentos de política industrial son buenos, que los subsidios están bien pero que las restricciones al comercio son contraproducentes. Para países como el nuestro, con grandes restricciones fiscales, los subsidios son imposibles en la cuantía en que serían necesarios. Las exportaciones en Indonesia habrían crecido si no se establecían controles a las exportaciones sin valor agregado; pero, cuando se pusieron, crecieron mucho más. Y esto lo reconoce hasta el FMI. La Organización Mundial del Comercio (OMC), por su parte, está en contra del contenido nacional, pero convengamos en que hoy el valor de esta institución es prácticamente cero, y muchos países están implementando políticas de contenido local.

 

 

En resumen, el espacio doméstico para desarrollar política industrial y científico tecnológica es un territorio disputado por las políticas industriales de otros países. Dinamarca quiere hacer política industrial con el hidrógeno argentino. Dinamarca promociona sus aerogeneradores a través de su agencia de crédito a las exportaciones (ECA). La idea es venderle estos aparatos a la Argentina, dado que puede ser un país con gran capacidad de generación de energía eólica. Entonces tenemos que encontrar un punto de negociación, discutir opciones para poder participar en ese paquete tecnológico, abrirlo y que haya proveedores domésticos de algunas partes y piezas de esos aerogeneradores, que radiquen inversiones aquí, para acceder a este mercado.

Como conversábamos al inicio, el mundo ha cambiado mucho. Ahora los países desarrollados están nuevamente desplegando grandes iniciativas de desarrollo. Eso nos deja a nosotros en una posición de dependencia.

En otro nivel de análisis, pero importante también, hoy en la Argentina tenemos la autoestima por el piso. Se trata de un estado de ánimo social y político en el que es difícil pensar en el desarrollo de nuestro país. Si no cambiamos o salimos de esa posición no vamos a poder avanzar. Tenemos los recursos críticos y también tenemos una historia industrial; son dos elementos muy importantes para lograr alianzas intersectoriales para el desarrollo.

Tenemos que entender el rol que pueden tener las universidades, el sector privado, las y los trabajadores y sus sindicatos, los Estados provinciales. Hay que construir estas alianzas para el desarrollo porque enfrente hay coaliciones rentísticas que están previendo sacar provecho de estos recursos en clave extractivista.

La estructura exportadora de la Argentina se va a primarizar porque vamos a exportar más energía, más minería, es decir, más recursos naturales. El desafío es cómo hacer para que detrás de la estructura exportadora haya una estructura productiva diversificada. Es lo mismo que hacen otros países. En Indonesia le están requiriendo a las empresas chinas que agreguen contenido nacional en sus inversiones. Y las empresas chinas acceden. Lo mismo sucede en Tailandia, Brasil, donde están negociando un 50% de contenido nacional. Europa también está negociando con China para la instalación de plantas de autos eléctricos en su territorio. Pedir contenido nacional es como el ABC…

 

FIDE: En resumidas cuentas, hoy la política industrial es parte del herramental básico que los países reservan para sí mismos como herramienta o conjunto de herramientas para aumentar el bienestar puertas adentro, léase el empleo (en cantidad y calidad), las exportaciones y el control de las nuevas tecnologías en la transición hacia nuevos productos y servicios con menor impacto en el ambiente. Con dificultades internas y externas, la Argentina enfrenta un desafío similar ¿correcto?

VR: Exactamente, tenemos un contexto donde prima una nueva perspectiva en torno a las narrativas, en torno a la política.

Tenemos una expansión de las cadenas, un cambio en un paradigma tecno-productivo que lleva a una urgencia por abastecimiento de minerales críticos y energía, lo que estimula inversiones globales que, en algunos casos, están aún por definirse. En otros casos se observa cierta tendencia a la sobrecapacidad, lo que puede ser peligroso. A la par, hay disposición para construir nuevas cadenas de suministro, por cuestiones de índole estratégica, de seguridad y de resiliencia. Esto delimita un contexto en el que, una vez más, la Argentina parece tener oportunidades concretas y cierto poder de negociación en torno a una renta extraordinaria producto de condiciones naturales. A esto se suman las capacidades industriales y científico-tecnológicas que ya tenemos y que podemos desarrollar. En este contexto, negociar contenido nacional aguas abajo y arriba es fundamental y se puede hacer.

Permítanme agregar, para concluir, que la coordinación regional es muy importante para darle escala a los proyectos y para evitar una “carrera descendente” en la que cada país ofrece condiciones menos ventajosas puertas adentro para tratar de anclar la inversión en su territorio.

En este sentido, el Mercosur y el Mercosur ampliado sumado a otras iniciativas y relaciones, por ejemplo, con Chile, Bolivia, Colombia, México, con América Central, pueden ser plataformas muy relevantes. 

En resumen, el cambio del paradigma tecno-productivo está reconfigurando el mapa de la producción global. La Argentina y el Mercosur tienen oportunidades concretas a partir de sus recursos naturales críticos y, también, por su conocimiento y capacidades industriales y científico-tecnológicas. Estas circunstancias implican renta diferencial y poder de negociación para disputar una inserción más beneficiosa en términos de empleo y bienestar.

A pesar de la situación actual y del desánimo, hay condiciones concretas que podríamos aprovechar para desplegar un nuevo y esperado ciclo de desarrollo nacional.

 

 

Fide

Fundación de Investigaciones
para el Desarrollo

Seguinos en

Facebook

Domicilio

  • San Martin 674 - 1° Piso - Of. A
  • CP C1004AAN
  • Ciudad Autónoma de Buenos Aires
  • República Argentina
  • 4313 - 9494
  • Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.